El ser humano se desenvuelve en la vida gracias a 2 áreas: la motórica (que produce el movimiento) y la cognitiva (que motiva, incita y da forma al movimiento, la planeación motora, memoria, atención, independencia en las actividades diarias, y creatividad); y el uso de ambas es lo que permite al ser humano relacionarse con su entorno.

Un niño o niña requiere durante su desarrollo un repertorio de movimiento completo que le permita realizar acciones funcionales e interaccionar así socialmente y con el entorno. Esta relación se basa en un proceso cíclico de percepción, acción y cognición, y todas estas partes del proceso deben estar intactas para un correcto desarrollo.

Al nacer el cuerpo se mueve de manera espontánea proporcionando al bebé las primeras nociones de sí mismo (la conciencia corporal y sus límites). A continuación, comienza con la exploración de su entorno más próximo (aquello que puede tocar o coger), y finalmente se desplaza para explorar su entorno más distante. Por tanto, el proceso de exploración innato en todo ser humano nace de la intención y de la atención, a lo cual sigue una planificación del movimiento y la acción en sí, y finalmente la exploración e integración de las percepciones sensoriales que nos proporciona el entorno.

Sin embargo, muchos niños y niñas con TEA han presentado dificultades en uno o más aspectos del movimiento detectados ya en la infancia y ello entorpece la capacidad de interacción con el entorno, provocando frustración, ansiedad y desinterés, desde los momentos más recientes de la vida, por lo que se cierra el círculo vicioso de falta de interés, falta de movimiento y falta de percepción sensorial. Y estas situaciones, son factores de gran relevancia en la participación e interacción social de los niños con TEA.

Por tanto, nos encontramos con que la relación entre la motricidad y la percepción del entorno están íntimamente relacionadas, y una siempre definirá la otra. Si la capacidad de moverse se realiza de una u otra manera cambiará la forma de percibir el entorno. Y esta percepción cambiará la forma de coordinar los movimientos y de controlar la postura, para explorar el entorno. De hecho, se ha demostrado que la dificultad motriz exige una mejor integración sensorial por los diferentes sentidos (vista, oído, tacto, gusto y olfato) y, al tener dificultades tanto en la movilidad como en la integración sensorial del entorno, que son vías de información para el aprendizaje, se modifica por completo el desarrollo psicomotor de los menores, influyendo directamente en las dificultades psicosociales y comunicativas futuras.

Estos hallazgos demuestran el vínculo que existe entre el movimiento y la comunicación, contribuyendo a que las dificultades motrices tempranas desarrollen posteriormente dificultades de comunicación verbal y gestual. Por lo que, las futuras líneas de investigación van orientadas a la hipótesis esperanzadora de que mejorar el rendimiento motor de los niños con TEA puede facilitar y mejorar su futuro desarrollo motor y de comunicación social. Por lo tanto, puede ser aconsejable que al detectar dificultades motoras gruesas y finas durante la primera infancia, se evalúe el desarrollo social y del lenguaje.

 

Daniel Sandoval, Fisioterapeuta del Programa Mejora.

 

Más información sobre el Programa Mejora.

 

Te puede interesar...
Share This
Ir al contenido