De un tiempo a esta parte, la palabra «ansiedad» ha tomado especial protagonismo en el lenguaje coloquial. Su presencia en conversaciones, películas o libros va en aumento, pero… ¿sabemos realmente qué es la ansiedad? ¿Y cómo se relacionan la ansiedad y el autismo?

Lejos de ser una emoción, la ansiedad es un mecanismo de activación habitual del ser humano que se activa ante una situación imprevista o de peligro. En ocasiones, esta definición puede solaparse con el concepto de estrés.

La ansiedad se considera un trastorno cuando la activación se produce ante eventos no peligrosos o de forma recurrente, llegando a interferir de forma significativa en la vida de la persona.

Los últimos estudios consultados (Kerns & Kendall, 2014) estiman que la presencia de ansiedad en personas con autismo aumenta en función de la edad. No se aprecian diferencias estadísticamente significativas si tenemos en cuenta el género de la persona, pero sí cuando se considera el cociente intelectual, siendo este un factor de riesgo para padecer ansiedad. Aunque no se han establecido cifras concretas, dada la variabilidad de los síntomas y las medidas de apoyo, se estima que en torno a un 40-50% de los niños y jóvenes con autismo presentan sintomatología compatible con ansiedad.

Dentro de los trastornos de ansiedad se recogen diferentes modalidades que son más o menos frecuentes en el autismo. Entre ellos se encuentran la ansiedad por separación y las fobias específicas, que son más frecuentes en la infancia, así como la agorafobia, el mutismo selectivo, el trastorno de pánico, el trastorno de ansiedad social, el trastorno de ansiedad generalizada y el trastorno de ansiedad inducido por sustancias o medicamentos.

Es fundamental tomar conciencia sobre la prevalencia de los síntomas de ansiedad en el autismo para poder tomar medidas tanto preventivas como de intervención si la sintomatología ya está establecida.

Algunas de las estrategias pueden ser:

  • Revisión y establecimiento de espacios más previsibles (p.ej.: uso de medidas de anticipación, creación de rutinas, entre otros).
  • Favorecer la autorregulación y provisión de medidas de apoyo para aquellas personas con dificultades en la gestión de estímulos sensoriales.
  • Ajustar los tiempos de exigencia y descanso de la persona.
  • Práctica e incorporación de estrategias de autorregulación.
  • Favorecer espacios de descanso tanto para la persona con TEA como para sus personas de apoyo.

En conclusión, los artículos recomiendan individualizar las medidas de apoyo de la persona, así como acudir y consultar con profesionales especializados para la utilización y adecuación de medidas y estrategias de apoyo que estén sustentadas por la evidencia científica y promuevan el bienestar de la persona. Es fundamental continuar hablando sobre la ansiedad para posibilitar que se detecten temprano sus síntomas, se evalúen las necesidades de la persona y se incorporen estrategias individualizadas.

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Paula Villena, Neuropsicóloga de la Federación Autismo Madrid

 

Referencias bibliográficas:

  • Kerns, C. M. & Kendall, P. C. (2014). Autism and Anxiety: Overlap, Similarities and Differences. En T. E. Davis III, S. W. White & T. H. Ollendick (Eds.), Handbook of autism and anxiety (pp. 75-89). New York: Springer.
  • Michelle Menezes, Christina Harkins, Melissa F. Robinson, Jessica Pappagianopoulos, Robert Cross, Roma A. Vasa, Micah O. Mazurek, Treatment of anxiety in autistic adults: A systematic review, Research in Autism Spectrum Disorders, Volume 99, 2022, 102068, ISSN 1750-9467, https://doi.org/10.1016/j.rasd.2022.102068.
  • Paula-Pérez, Isabel, & Artigas-Pallarés, Josep. (2020). La intolerancia a la incertidumbre en el autismo. Medicina (Buenos Aires), 80(Supl. 2), 17-20.

 

 

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