¡Muchas gracias!  Antonio  por estas sinceras palabras de tu columna diariosigloXXI.com.

La semana pasada, en el programa «Espejo Público» (Antena 3 TV), el abajo firmante utilizó indebidamente la palabra «autismo» para reprobar la conducta del joven mallorquín detenido por coleccionar explosivos con muy malas intenciones. Quise criticar la tendencia al aislamiento como causa de males pero estuve desafortunado por asimilarla al trastorno sensorial que sufren 67 millones de personas en todo el mundo.

Una oportunidad de aproximarse al trabajo de las asociaciones que luchan contra los mitos y los lugares comunes cuya carga negativa contribuye a la discriminación de los afectados por este síndrome (TEA, trastorno del espectro autista). Por ejemplo, cuando se relaciona autismo con aislamiento. Estas personas sienten, comparten, interactúan y se comunican. Por ser más precisos: estas personas luchan por sentir, compartir, interactuar y comunicarse. Con la ayuda de los especialistas y los avances logrados en el conocimiento del trastorno que nos ocupa, esa lucha, librada también por personas del entorno, está resultando cada vez más fecunda.

En paralelo hay unas cuantas entidades empeñadas en la erradicación de errores como el de asociar autismo con falta de interacción social o incapacidad de sentir. A veces entre políticos y periodistas se utiliza el término «autista» para descalificar. Mea culpa. Me he sentido fatal por cometer ese pecado hiriendo sin querer la sensibilidad de personas y familias afectados. Un malestar acrecentado por los insultos recibidos a través de las redes sociales: bocazas, inculto, burro, irresponsable. Otros, como algunos miembros del Grupo de Acciones contra los Mitos del Autismo, no han tenido necesidad de insultarme para darme una lección que yo acepto con humildad.

La hago extensiva a mis lectores con el consiguiente llamamiento a profundizar en el asunto y conocer mejor su realidad. También me obliga a ponerme a disposición de los defensores de una causa maravillosa: la de la comunicación con un semejante. Una causa universal. La de compartir, empatizar, sentir con el otro. Con cualquier ser humano, sufra o no sufra tal o cual trastorno. Con mayor motivo si además estamos hablando de niños que son especiales porque sus barreras sensoriales les hacen percibir de una manera especial el mundo que les rodea.

¿Qué puede haber más grande que compartir una sonrisa con un niño? Por esa causa el abajo firmante pide disculpas y hace el pino si es necesario para que los poderes públicos presten una redoblada atención a los 300.000 afectados que, según cifras del Instituto de Salud Carlos III, tenemos en nuestro país. Y, sobre todo, para que de los medios de comunicación desaparezcan los prejuicios y el uso peyorativo del término «autista», como servidor hizo hace una semana para descalificar a un individuo cuyo aislamiento le llevó a una conducta aberrante. Toca pedir perdón y prometer que no volverá a ocurrir.

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