Estábamos sentados en nuestro salón, la princesa, papa y yo, cuando pegaron en la puerta. Era tarde, ¿Quien será a estas horas y que querrá?, me pregunto mientras camino hacia ella. El pasillo esta oscuro y bajo la puerta no se ve luz alguna. Con voz asustada pregunto:

-¿Quién es?

No recibo respuesta…vuelvo a preguntar

-¿Hay alguien ahí, quien es?

Tampoco me contesta, pero vuelve a golpear.

En ese instante, con la cadena echada abro y pregunto:

-¿Que quiere, porque no contesta cuando pregunto quién es?

La respuesta que recibo es silencio, ni una palabra, ni un porque, ni una mirada, nada. Abrí, le deje entrar, resignada, frustrada, asustada, con muchas preguntas por contestar pero sin respuesta recibida. El entro, se sentó y formo desde entonces parte de nuestra vida.

Esa sensación es la que sufrimos hace un año en nuestra familia. Sin un porque el termino autismo entro en nuestra casa. Pasamos por lloros, negaciones, observaciones, explicaciones pero no había forma de sacarlo de nuestra vida.

Hoy por hoy, es simplemente un término, una definición, unas gafas que nos ponemos para ver la vida de color azul.

Hemos aprendido, gracias a el, la pequeña esencia de la vida. El calor de un abrazo, una mirada, una sonrisa, el sonido de su voz, son motivo de satisfacción en cualquier momento del día. Sentir la brisa del mar sin mirar si le esta pequeño el bikini a la vecina de al lado, el tacto de la tierra en nuestra piel, el andar por la orilla y hacer una fiesta por cada ola que toca nuestros pies, esas pequeñas sensaciones han vuelto a nuestra vida y, hay que decirlo gracias a él.

Aquel día que abrí mí puerta al autismo, vi solo oscuridad. Hoy, puedo decir, que todos los días le abro la puerta y…una luz intensa me deslumbra.

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