Hace mucho tiempo atrás, nadie sabe decir con precisión cuando fue exactamente, un pequeño y muy travieso visitante de un lejano satélite llamado Ganímedes, aterrizó, casi por descuido, en nuestro planeta.

Nuestro pequeño amigo, llamado Braulio, sorprendido por los habitantes de este nuevo lugar, decidió quedarse a explorar estas nuevas tierras de las cuales él no sabía nada.

Fue casi por descuido, porque en realidad este personaje viajero buscaba aterrizar su novedoso cohete espacial que le habían regalado sus padres por su cumpleaños número 10, en la Luna.Brauliosabía todo sobre la Luna, sabía que su diámetro era de 3.476 km, que su temperatura media era de 380 Kelvin y hasta que la Lunatarda en dar una vuelta alrededor de la Tierra 27 días, 7 horas y 43 minutos. Siempre, desde que recuerda su sueño fue conocer la preciada y tan lejana Luna, pero por un descuido, vaya a saber uno por qué, un pequeño imperfecto tal vez, una imprecisión o, como Braulio explicó después, en medio de su viaje espacial y tan cerca de llegar al objetivo simplemente se voló, le gustaba volar, era casi como cuando piloteaba su cohete por nuevas galaxias, era casi como eso, pero sin cohete, solo él volando, así llegó ala Tierra.

Entre confundido, asustado, asombrado y hasta interesado, porque a Braulio siempre le había gustado estudiar a los seres vivos de todas las galaxias, deambulaba por las calles, algunos lo miraban, quizás por su apariencia un poco extraña, pero a él eso no le importaba, ¡¿cómo le va a importar que lo miraran raro, cuando a él le parecía que todos los demás eran raros?! Algunas personas se le acercaban a hablarle en una lengua que él desconocía, incómodo por la situación solo se alejaba de ellos murmurando entre dientes: déjenme tranquilo, por favor, pero es que nadie entendía su lengua y lo seguían tocando, preguntándole cosas sin sentido, acosándolo, hostigándolo, algunos hasta se burlaban, pero Braulio no podía entender.

Braulio siguió su camino, su misión era explorar, pero comenzaba a sentir cansancio y soledad, ¿Por qué nadie podía entenderlo? ¿Por qué estaba aquí? Tenía miedo que alguien le haga daño, él no sabía cómo defenderse, decidió sentarse solo en un pastizal, apoyo su espalda en una piedra y comenzó a llorar, estaba tan triste y frustrado, no entendía nada y nadie lo entendía a él y por más que él intentaba comunicarse con los nativos dela Tierra, nadie se esforzaba en entenderlo a él.

Así fue como una niña que caminaba por ahí escuchó un sollozo, curiosa y chismosa como era, se acercó inmediatamente a espiar, entonces vio a un chico casi de su edad que estaba sentado, llorando mientras se mecía suavemente, pero la niña no se percató de ese detalle y es que estaba anonadada por ver un chico, tan pero tan… ¿cuál era la palabra? –pensó- por supuesto la palabra era… ¡Lindo! Se acercó a él lentamente. Lo miraba de todas las formas, este chico era tan diferente a todos los chicos que había conocido, pero solo después ella iba a saber por qué. No le habló, solo se sentó junto a él, primero a una distancia prudencial, Abigail, así se llamaba la niña, no tenía apuro, no tenía preguntas, solo quería estar a lado de él, así esperó hasta que esos sollozos fueron terminando y se acercó más, hasta que de repente, tomó valor y de un salto se puso delante de él, con un gesto amable y tierno, lo saludo con la mano diciéndole hola, ¡Uy, qué alivió! – pensó Braulio- ¡a ese gesto sí lo conozco! Y él le devolvió el saludo a su nueva amiga. De ahí en más sobraron las palabras, sobraban porque Abigail no paraba de hablar, le contaba sobre ella, sobre su escuela, sus amigos, y muchas cosas que Braulio no llegaba a comprender, pero la miraba y se reía, ello lo hacía reír, con sus piruetas, con sus gestos, lo hacía jugar, había algo en Abigail que lo hacía sentir bien, algo en su hablar, en sus juegos que le hacían olvidar cosas tristes. Y ella feliz, feliz porque había algo en Braulio, esa ternura propia de las criaturas más inocentes y únicas que existen, esa risa enérgica con la que disfrutaba sus juegos, había algo especial entre ellos.

A Abigail parecía no importarle que él no la mirara a los ojos, o que no le gustara que lo tocaran, se negaba a conocer más amigos, ¿Para qué si él ya había encontrado una amiga? Pero nada de eso le importaba a Abigail, y es que ella sabía un secreto…

Un día jugando con Braulio, él la miró a los ojos y Abigail ahí comprendió porque él no solía mirarla así, claro, eran unos ojos tan hermosos y una mirada tan dulce y profunda que solo con un segundo que esos ojos posaran en otros, provocaba esa sensación, como… como cuando quieres llorar de felicidad. Braulio le regaló esa mirada a Abigail y ella entendió, la hizo tan feliz, que tan solo con un segundo de su mirada inundó el corazón de Abigail de felicidad para siempre.

Pero no fue el único regalo que él le dio. Abigail y Braulio pasaban mucho tiempo jugando, jugaban a todo, se reían hasta que la panza les dolía, se divertían, pero aunque eran felices juntos, un día Braulio tuvo que partir, tenía que volver a su casa.

El día de la partida Abigail estaba muy triste y Braulio lo entendió sin siquiera preguntar, él la miró, se acercó y la abrazó, Abigail sintió su cuerpo y lo abrazó también, otra vez pudo entender porque él no dejaba que lo tocaran, Braulio reservaba esos abrazos solo para esos momentos, para que cada abrazo que diera sea siempre inolvidable y lo consiguió, porque ella jamás lo olvidó, ni tampoco lo que Braulio le susurró al oído en ese momento, un suave y dulce Te quiero…

 

FIN

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