-Voy a ser madre, voy a ser madre, voy a ser madre. ¿Señora ha escuchado? Voy a ser madre.

Lucía andaba como loca por la calle transmitiéndole su felicidad a todos los que estaban a su alrededor. Estaba a tan sólo un paso de conseguir el sueño de su vida, ser madre. Llevaba tres años intentando quedarse embarazada, ya  había probado todos los métodos, pero su reloj biológico no quería despertar. Después de una larga espera, de entrevistas con psicólogos y visitas de los trabajadores sociales, iba a poder adoptar un niño de tres años, y estaba exultante de felicidad. Por fin iba a tener a quien leerle cuentos, le enseñaría a contar, sería el más listo de su clase, iría a la universidad, jugaría al fútbol y le haría sus postres favoritos.

-Voy a ser madre, gracias Señor por escuchar mis plegarias. Lucia no sospechaba que su hijo iba a ser más especial de lo que ella pensaba.

–Mi vida cambiará el 3 de julio-. Se repetía.

Las semanas previas al gran día no conseguía conciliar el sueño, estaba ansiosa por tener a su pequeño en casa.

A las ocho de la mañana del día 3 de julio de 1993 estaba Lucia, inmaculada, en la puerta del Centro de Menores donde la esperaba su abogado y el psicólogo del centro para finalizar con los trámites.

-Señora, las cosas han cambiado durante estas últimas semanas. Lucia, perdida entre la ansiedad y  el miedo, no alcanzaba a entender las palabras del Doctor Arribas.

-¿Qué ha cambiado? ¿No irá a decirme que no puedo llevarme a mi pequeño?

-El caso es que no estoy seguro de que usted quiera continuar con el proceso de adopción, las cosas han cambiado y…

-Doctor, he tenido que soportar que me interroguen, que pongan en duda mi estado emocional y mental, que visiten mi casa día sí y día también todo tipo de extraños para determinar sí puedo llegar a ser o no una buena madre, y usted me dice que no está seguro de que quiera continuar con el proceso. Por favor, déjeme decidir eso a mí. Lucia estaba irritada, quería entrar y sacar a su pequeño de aquel centro carente de afecto y correr con él en brazos.

-Lucia cálmate, escuchemos al Doctor. Intentaba calmarla su abogado.

-Lucia, desde hace algún tiempo hemos observado algunas conductas extrañas en Roberto, por lo que el equipo de psicólogos y psicopedagogos del centro han decidido evaluarlo para descartar cualquier anomalía.

-¿Y? preguntaba nerviosa.

-Roberto es Autista.

-¿Autista? ¿Y eso se cura?

-Lucia el Espectro Autista es un Trastorno mental que afecta especialmente a los niños. El sujeto se aísla del entorno, encerrándose en sí mismo y concediéndole una atención cada vez menor a la realidad que lo rodea. El caso es que no estoy seguro que sea capaz de afrontar esta situación.

-¿Me va a negar la adopción porque el niño tiene un problema, enfermedad o como quiera llamarlo que no conozco? ¿Le quitan los hijos a las madres después de cargarlos nueve meses, traerlos al mundo con cuatro empujones, por la sencilla razón de que su hijo tiene Autismo? No, no lo hacen. Pues yo he esperado más de nueve meses y mis dolores de parto durarán hasta que tenga a ese niño conmigo, a él, a su Autismo y todo lo que con él venga. Lucia paseaba nerviosa por el despacho del Doctor Arribas, la había abandonado las formas, no podía entenderlo, con todo lo que había luchado, ahora que llegaba al final…

Lucia mira a Roberto, sonríe, recuerda cuando quince años atrás el Doctor Arribas le decía que no estaba preparada para afrontar la maternidad con un niño Autistas. Reconoce que no ha sido fácil, las miradas y los comentarios de la gente les hicieron mucho daño, los constantes cambios de colegio hasta que el colegio lo eligió a él, la falta de comunicación, la mirada perdida, los ataques cuando debían cambiar la rutina, las vacaciones repetidas año tras año en la casa de la playa porque era el único lugar al que quería ir Roberto. Las agendas repartidas por toda la casa recordándole lo que debía hacer en cada momento, que si una imagen en el espejo del baño recordándole que debía lavarse los dientes, o al lado de su cama para que apagara el interruptor de la luz y así con todas y cada una de las rutinas que debía dominar.

Pero había valido la pena, toda su lucha había servido para algo, ahora estaba allí contemplando a su hijo convertido en un hombre autónomo e inteligente dentro de sus limitaciones.

-Mamá. La voz de su hijo la devolvió a la realidad.

-Dime cariño.

-¿Crees qué en el campamento habrá playa?

-Cariño es un campamento de verano y está en la playa, lo hemos hablado muchas veces. No hay de que preocuparse.

-Sí, no hay de que preocuparse, Roberto no tiene de que preocuparse. Y allí se quedó, con su habitual balanceo repitiéndoselo a sí mismo una y otra vez. Quién sabe si se estaba autoconvenciendo, quién sabe lo que pasa por la cabeza de un Autista, lo que sí sabe Lucia es que aquel 3 de julio de 1993 tomó la decisión acertada.

Elisabeth López Caballero

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