No soy madre, ni padre, de un niño con autismo, aunque conozco a muchos y todos ellos son grandes personas con enormes corazones y geniales ideas.

Tampoco formo parte de un Equipo Específico de Alteraciones Graves del Desarrollo, como el que existe en la Comunidad de Madrid, al que agradezco unas  maravillosas prácticas de fin de carrera.

Sé tan solo aspectos básicos de Pedagogía Terapéutica y de Audición y Lenguaje, por contacto con excelentes compañeros, y lecturas recomendadas que devoro al instante. No realizo ni asesoramiento en la intervención ni tampoco evaluación de casos.

No estoy trabajando en el Aula Específica para la inclusión de los niños conautismo de un Centro Preferente, y solo conozco los colegios de Educación Especial por visitas fugaces que dejan huella del primer al último minuto.

A pesar de todo lo anterior, al igual que muchos y muchas, también tuve unprimer contacto con el autismo. En mi caso, él no vino a mí, si no que yo fui a él. Tengo tan presente cómo fue aquella primera vez, que la recuerdo como si hubiera ocurrido ayer mismo. Con una mezcla de emoción, nostalgia y alegría por rememorar todo lo que me ha aportado hasta el momento.

Por aquel entonces, aún era estudiante de Psicología y estaba en mi segundo curso de carrera, no hace mucho tiempo, en el 2007. Cuando empecé Psicología, como casi todos, también tenía los estereotipos típicos del diván y el psicoanálisis, pero fui descubriendo un mundo de posibilidades infinitas a las que aferrarme. Así, me brindó la oportunidad de llegar hasta el mundo de los Trastornos Generalizados del Desarrollo.

El día que me enamoré del autismo iba caminando, por los pasillos de laUniversidad Autónoma de Madrid, cuando vi un cartel verde chillón del que sólo pude leer en un principio, con letras blancas que ocupaban una gran extensión del mismo:

ALEPH-TEA. Lo observé, lo leí y apunté los datos absolutamente de toda lainformación allí escrita. Era para un campamento de verano, como monitora voluntaria de personas con autismo, claro. Pensé que antes de tomar una decisión tenía que informarme, así que de allí, intrigada, me fui a la sala de ordenadores que había unos metros más adelante.

¿Autismo?

 Sonaba en mi cabeza.

Me parecía una palabra bonita, y pesar de que la había escuchado antes, jamás me había detenido a analizarla detalladamente.

 

Pasé las últimos semanas de curso escolar buscando en Internet, explorandocantidad de libros y leyendo las definiciones que de él se daban, los síntomas, los tratamientos… Todos aquellos rincones que pudieran estar empolvados de autismo, fueron explorados por mis ojos, mi cerebro y mis manos. Y hay que decir que años después sigo dedicándome a lo mismo. Por aquel entonces, empezaba a engancharme pero necesita algo más: comprender, experimentar, acercarme, conocer a las personas, ayudar, entender, compartir, comunicar…

Fue tan solo una semana de campamento, en la que inconscientemente mimandíbula colgaba de alucinación día sí, día también. Una sorpresa que llegaba hasta mi interior, recorría mi cuerpo en forma de escalofrío penetrante pero agradable. Éramos un equipo perfecto que saltaba todas las barreras impuestas por la sociedad como coger el autobús, ir al Retiro a remar en las barcas y la piscina municipal, entre otros.

Recuerdo perfectamente las rutinas establecidas, desde por la mañana hasta por la noche. Era un reto para todos, un esfuerzo entrelazado, acabar el día con el mayor número de sonrisas posibles. Siempre ocurrió.

Recuerdo aprender a signar mis primeras palabras, galleta y chocolate son las que mejor me salían, y también cada uno de los pictogramas que llenaban mis bolsillos al terminar la jornada, sobre todo el de «Esperar».

Recuerdo levantarme cada mañana con unas ganas inmensas de volver aencontrarme con todas aquellas personas, pequeñas y mayores, que hicieron de miverano, mi mejor experiencia.

Recuerdo mis miradas encontradas con las de algunos y los mordiscos en mimano de otros muchos. Sus caras de felicidad al realizar sus actividades favoritas con éxito y sus ojitos brillantes al saber que entendías la alegría y fantasía que deseaban expresarte.

Nunca se te olvida.

Desde aquel día supe que me había quedado profundamente embelesada porquienes formaban parte de ese mundo, tan intenso pero gratificante.

Aún hoy en día, sigo queriendo aprender más sobre el autismo. Y sé que mequeda mucho camino que recorrer pero gracias a ELLOS aprendo siempre algo nuevo, sorprendente. Da igual cómo lo llamemos, yo he encontrado una conexión especial entre lo que ellos me dan y lo que yo les puedo dar. Todos tenemos nuestro autismo, pero solo si uno quiere podrá explorarlo y descubrir un auténtico mundo lleno de preciosas posibilidades que vivir.

Este 2011, celebro mi cuarto cumpleaños en el mundo del autismo, sin duda estáis todos invitados.

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