Se sienta en el sofá dejándose caer y resopla. Busca  el mando a distancia de la televisión entre los periódicos de la mesa y  de reojo mira a su hijo que empieza a pellizcar las esquinas, después continúa con las sillas, los muebles del salón y el cuadro griego que tanto le llama la atención.  Intenta ignorarlo mientras lo está buscando hasta que encuentra el mando y aprieta el botón de encendido.  El niño se da un fuerte golpe en el pecho con la mano – tranquilo – le dicesiéntate aquí con Papi – el niño obedece.

En la televisión aparece una mujer japonesa postrada en una cama.  Una voz en off explica que ella es una de las mejores expertas del mundo en enfermedades genéticas y al mismo tiempo padece una extraña enfermedad hereditaria. Sabe que no tiene cura.  Empieza a hablar.  Su voz suena dulce, pero la traducción resulta seca e impersonal como ocurre con las voces de los documentales.

Observa a su hijo que parece calmado, pero no se fía. – ¿estás tranquilo? – pregunta sin esperar una respuesta – tranquilo – repite el niño.  Le ofrece su mano.  El niño coloca la suya encima.

La traducción apenas oculta la suave modulación de sus palabras originales.  – El patrimonio genético de la humanidad es un tesoro – dice – Todos llevamos una carga genética infinita que produce una infinita variedad que es nuestra riqueza.  Eliminar o manipular nuestra genética es empobrecernos a todos y perder un legado irrepetible.  Por eso tenemos que ser muy respetuosos y solidarios con aquellos que sufren una herencia genética que los discapacita porque ellos soportan la carga de nuestra riqueza, de nuestra lucidez, de nuestra genialidad, de nuestro equilibrio, ellos soportan el peso de la humanidad.

El niño lanza un grito que va graduando en intensidad.  No se grita – le dice el padre mientras retumba en su cerebro la última frase: “ellos soportan el peso de la humanidad” – tranquilo – dice el niño mirando a su padre – tranquilo – repite el padre.  El niño se levanta y se dirige hacia el cuadro griego que tanto le gusta.  Lo toca, se aleja, inclina la cabeza y vuelve a sentarse en el sofá junto a su padre. El cuadro representa a un soldado llevando a hombros a un anciano.  Es Eneas transportando a su padre.

–  ¿Quién de los dos es Eneas? – se pregunta mirando a su hijo. -¿Quién de los dos es Eneas? – lo repite en voz alta – ¿Acaso eres tú? ¿Acaso yo soy Anquises, y me transportas a mí y a mi padre y al padre de mi padre? ¿Acaso tú nos transportas a todos?

Inclina la cabeza sobre el hombro de su hijo.  Ambos cierran los ojos.  La voz seca e impersonal de los documentales explica las posibilidades de la ciencia moderna,  el futuro está cercano – dice la voz –  pero ya no la está escuchando. – Abrazo – dice el niño – Abrazo – dice el padre.  La televisión se ha convertido en un rumor cada vez más débil que no puede acallar el sonido de un beso.

 

 

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