Javi vive en un mundo equivocado o, por lo menos, en un mundo que no pretende ser el suyo. Porque su mundo se circunscribe en límites imprecisos, borrosos, en el que los demás, nosotros, quedamos al otro lado incapaces de encontrar un mínimo hilo conductor que nos ponga en comunicación con él.

Cuando Javi te mira es como si te interrogara. O tal vez así a ti te lo parece pero ante sus ojos no estás tú. Tú, y los demás contigo, sois figuras multiformes, ruidosas y extrañas. Algo invisible, como una niebla que lo deforma y lo desbarata todo, lo separa del resto y lo incomoda, lo pone nervioso aislándolo irremisiblemente como si quedara atrapado tras un muro que existiera en realidad, un cristal blindado transparente, y que de ningún modo puede atravesar.

Coincidí con Javi, sus padres y su hermano en una celebración familiar y, durante el rato que permanecimos sentados en la misma mesa, pude observar sus diez años, su cuerpo bien formado, las facciones de su rostro enmarcando sus ojos grandes, negros y profundos. Es un niño sano y fuerte pero los movimientos sin control, la actitud ausente, la imposibilidad de emitir frases coherentes, denotan que algo está descolocado, fuera de la línea sutil donde quedamos dispuestos los demás y a partir de la cual queda establecido el modelo estándar de la normalidad.

El niño no lo sabe. En el mundo confuso donde él se mueve, guiado siempre por los demás, a costa de repetición terapéutica, sólo tiene conocimiento de escasas necesidades de supervivencia y de rostros familiares empeñados en quererlo cada día. Pero de lo que él no es realmente consciente es del cariño y la ternura que inspira, de la generosidad que se desprende a su alrededor, generosidad que se hace grande en la medida en que no espera correspondencia, porque Javi sólo reaccionará obedeciendo o asintiendo a un estímulo primario. Nunca había visto una dedicación y una paciencia como la de su familia. Ni una aceptación de sus limitaciones, asumidas con más sentido práctico. La patología de Javi quedó allí mismo resumida, ante mi desconocimiento del tema, con palabras técnicas, pero en aquellas palabras se entremezclaban mucho sufrimiento y lucha diaria con una fortaleza admirable sin ánimo alguno de reconocimiento. Y se adivinaba un futuro incierto al que no valía la pena evocar porque la dura tarea del día a día no daba un minuto de respiro al presente. Javi no lo sabe, pero él hace fuertes a sus padres y a su hermano. Les hace valorar las cosas en su justa medida instándoles a apreciar lo que, a pesar de todo, merece la pena. Porque Javi, aunque no es consciente de ello, los hace heroicos aun cuando él vive en un mundo equivocado. Y precisamente en eso radica su grandeza como ser humano.

 

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