Conocí a Alberto en un aeropuerto, estaba con su madre. Yo estaba con la mía. Ibamos, Alberto y yo, a un colegio nuevo del que habían hablado a nuestros padres. Mientras nuestras madres hablaban de sus cosas, nosotros dos nos presentabamos y observamos. Te llamabas Alberto. Pronto llegó la hora de subir al avión.

Yo iba con un libro de un cantante de Rock, pero, lógicamente, como cualquier chaval de dieciocho años, quería ensanchar “mi círculo de amigos”. Pero tú, Alberto, no hablabas. O mejor dicho, entablabas un monólogo interior, que algunos llaman “mundo interior”. Bueno yo también lo llamo así. Y no me parecía  mal que lo tuvieras. Sólo que quería hablar contigo. Y seguí leyendo mi libro.

Y al fín llegamos a Barcelona. Y entre clase y clase, veía como te trataban mal, en el comedor, te acuerdas. Pero yo no podía hacer nada. Pero sé, que, aunque te insultaban, nos quedamos con el consuelo de que los profesores/as te ayudaban.

Aunque se te veía tumbado por el suelo, hablando y entablando ese monólogo interior, y teniendo ese “mundo interior”. Que, pienso yo: “Tienes que saber algo, si lo dices tan convencido.”

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