Para los que no juegan al golf ni conozcan este deporte, este relato seguramente les dirá muy poco, pero a los que llevamos años sufriendo con su práctica estoy seguro que les sorprenderá.

El golf es sin duda un deporte difícil por varias razones, por ejemplo por la técnica necesaria difícil de explicar y asimilar en las primeras etapas de aprendizaje; y porque supone el dominio de distintos palos según las distancias a alcanzar, cada cual a su vez con distintos usos.

Con esta dificultad real para aprender a jugar al golf resulta muy poco creíble que pensemos que una persona con autismo, y sobre todo con una discapacidad intelectual muy severa, pueda jugar al golf como es el caso que les voy a contar.

Sin embargo las personas con autismo tienen habilidades innatas que logran desarrollar y explotar de forma increíble, entre ellas la facultad de observar (aquello que les interesa), memorizar y repetir mecánicamente tanto imágenes como movimientos… y una más, muy importante para el golf:  la repetición obsesiva, continua y sin desfallecimiento. Para lo que nos concierne, el golf requiere repetir mil veces el mismo movimiento: el swing. Resumiendo, ¡dar todas las bolas de prácticas del mundo! Estas personas consiguen mecanizar tanto un movimiento que se convierten casi en robots, y claro, al final su porcentaje de error es sorprendentemente bajo.

Pues bien, la historia, real, que les voy a contar es la de mi hijo Rafa, Rafita en la familia a pesar de sus casi 30 años. De pequeño con 3 o 4 años me lo llevé al campo de prácticas y lo senté en un cubo de bolas delante de mí a ver si se estaba quieto y observaba. Todo esto con un escepticismo total, pues era hiperactivo y era dificilísimo atraerle la atención con algo y ni contar que se estuviera quieto. La sorpresa fue que le cautivó y disfrutaba viéndome jugar, tanto es así, que un amigo me grabó un video de unos 20 minutos dando bolas, ¡¡y en casa se lo poníamos en la tele y se podía quedar mirándolo durante horas!!

Nuestra primera reacción fue comprarle unos palos de plástico y justo conseguí que aprendiera a coger el palo bien, como se dice en golf, con un grip bastante ortodoxo; y no tardó nada en empezar a dar golpes imitando lo que veía. En el jardín de casa también se podía pasar horas dando golpes, y cada vez más lejos y mejor.

En cuanto tuvo más fuerza le compré unos palos infantiles y cuando me acompañaba a dar bolas le dejaba darle, y me sorprendía la facilidad con la que imitaba y hacía el swing. Como así seguimos evolucionando durante años, todos los sábados, domingos y festivos que sus hermanas tenían clases de tenis o golf, nosotros nos hinchábamos de dar bolas, y él seguiría hasta el desfallecimiento.

Al principio, sólo le daba a los hierros 5 y 7; y a partir de los 10 años empezó también con las maderas. Más tarde el approach.

También empecé a sacarle al campo y al principio apenas le dejaba dar las salidas y algún golpe en calle, pero poco a poco fue a más, y hoy me acompaña 9 hoyos sin ningún problema y juega todos los golpes, incluso patea, aunque ese es su punto débil por dos razones: primero, porque no entiende que el golf consiste en hacer los menos golpes posibles. A Rafa le da igual, sabe que hay que meterla y hasta que no cae la bola en el hoyo no para, no se da ni los putts de 1 cm….¡¡hay que meterla!!…¡Obsesión pura!

Y en segundo lugar, porque nunca le gustó practicar el putt, no hay forma de llevarle a un putting  green, y si lo consigo aguanta 5 minutos…¡le aburre! Seguramente si tuviéramos más tiempo se conseguiría también.

Cuando vamos por el campo, le tengo que orientar en dirección a la bandera, si no tiraría a cualquier sitio, y también tengo que darle el palo adecuado. Sí sabe que la madera es para lejos, los hierros para menos distancia y los wedges para cerca, incluso distingue el sandwedge y las saca de los bunkers de arena. Pero le tengo que dar siempre la madera correcta o el número de hierro adecuado a la distancia. También le doy algunas consignas que ha ido asimilando como “tira la bola alta”, ”tira la bola suave”, ”tira fuerte”….etc.

Hoy tiene un nivel muy aceptable, de tee a green fenomenal, se defiende approchando y va pateando, aunque ahí es donde se van los golpes. Está federado, pero de momento sin hándicap, pero para darles una idea se hace normalmente de 50 a 54 golpes en los 9 hoyos, con lo que ir con él no me resulta ningún problema, al revés, es una suerte enorme que a Rafa le guste el mismo deporte que a mí y pasamos muchas horas juntos divirtiéndonos y de paso haciendo ejercicio, que nos viene muy bien a los dos.

Y no sólo lo pasamos bien, sino que a veces me asombran golpes que realiza que son casi de profesional, bien por su distancia o a veces por su dificultad. La distancia es por su perfecta mecanización del movimiento e impacto a la bola, les da en la yema y encima ha desarrollado mucho los músculos que inciden en el golf, sobre todo los brazos y las piernas.

La dificultad de algunos de sus golpes, tiene una explicación: no tiene miedo, ante cualquier obstáculo que los demás nos presionamos y al final fallamos casi siempre; a él le da igual, no entiende que hay que hacer pocas y un fallo cuesta caro en el score, le da con toda sus ganas y acierta muchas veces.

Como ven, disfrutamos el padre y el hijo….¿Y qué me mueve a contarles esta historia, real, y seguro que aburrida para muchos? pues simplemente ¡animar a otros padres de niños con autismo a encontrar y explotar el deporte que su hijo le haga tilín!…una vez que se detecta, con sus habilidades (memorización, mecanización y obsesión repetitiva) se podrán sorprender de lo que llegan a alcanzar…..mi hijo juega al golf, pero conozco otro que nada de maravilla y llegó a jugar al tenis con su padre; a otros les encanta tirar a canasta…y si se da con el deporte, su vida se enriquece enormemente, pues luego les gusta también verlo en la tele, ir a las tiendas de deporte, etc., etc.

No se desanimen, tener un hijo con autismo es una cruz, no hay que engañarse; pero pueden dar muchas satisfacciones y merece la pena dedicarles tiempo…¡suerte!

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