Reflexiones del amor y la terapia

Autora: Laura Chamorro

 

Me he dado cuenta de que el amor siempre ha estado ahí. Antes no tenia nombre, ni definición…o tal vez no me atrevía a nombrarlo, parecería que no era profesional, ni objetivo. Tal vez porque más veces de las que me gustaría he escuchado en mi carrera profesional “¿Quererles? No son tus hijos, esto es un trabajo”. Por aquel entonces…yo callaba, y dudaba ¿me estaría desviando de lo corriente?, ¿debería sentir otra cosa?, y en una relación entre personas ¿cómo no va haber amor?. De algún modo yo sentía que quería a los niños con los que trabajaba, simplemente es algo que ocurría, era algo inevitable que surgía de esa relación entre el niño/a y su familia, y yo. Sí, no les quería como si fueran mis hijos, ni mi familia, y al mismo tiempo de nuestra relación nacía algún tipo de amor diferente. ¿Y qué más da como se llame?,si es amor al fin y al cabo.

Con el tiempo, con más años de experiencia, con más viaje profesional y personal, después de haber trabajado con muchos niños con autismo y sus familias, veo más claramente que el amor está presente. Es visible en la relación, es verdaderamente inevitable en el encuentro. Me atrevo a decir que incluso ingrediente esencial y necesario para el tratamiento. Ahora ya tiene nombre, soy valiente para decirlo, y sentir que está bien, sin miedo a perder el norte, ni la profesionalidad. En la terapia donde cada niño y su familia son diferentes y únicos, el amor es lo común, es la base del nacimiento de algo nuevo y la posibilidad de crecimiento del otro. Ahora sé que en mi manera de mirar y recibir esta parte de mi magia profesional. Del amor nace la conexión, el disfrute, el crecimiento, la comprensión, la seguridad de poder caerse y el apoyo para levantarse. Nace la oportunidad de sentirse a uno mismo y con el otro, de aceptar plenamente al niño y a su familia con los que estoy en la sala o en su casa, y de creer en sus posibilidades y potencialidades.

En esa relación aflora algo mutuo, es un intercambio inicialmente implícito que se pone de manifiesto en cualquier momento, el día menos pensado, en el gesto o la palabra espontánea. Está mi parte la que yo doy, está la parte que ellos me dan, y está la que creamos juntos. Sin duda, los niños desprenden amor por si solos, y son pequeños sabios del universo que me enseñan sobre la vida, sobre mi misma y sobre cómo crecer profesionalmente. Me encanta la forma en que cada niño o niña con autismo me hace saber cada uno a su manera, que la conexión ha surgido y soy importante para ellos, con una sonrisa, una palabra, una caricia, o un salto de alegría. Es de esos días que hago fiestas externas e internas, en las que el alma sonríe ancha y plena, en los que los días de espera y paciencia merecen la pena, y en los que sé que a partir de aquí podemos caminar mas cerca el uno del otro hacia muchos más lugares.

¿Y yo me pregunto qué miedo hay al amor en una relación terapéutica? En aquellos tiempos en que me decían que “no son tus hijos”, me hacían pensar que tal vez hay profesionales que temen traspasar los limites, confundirse en sus roles, o llevarse el trabajo a casa. Yo siento que puede haber amor sin todos esos miedos, pueden atravesarse y dar paso al descubrimiento de algo realmente bonito. Por suerte, el amor no tiene límites y es muy amplio, es como un árbol, con una base común sobre la que se abren y se expanden un millón de ramas. Todas procedentes del mismo lugar y a la vez diferentes, yo las voy descubriendo poco a poco según voy caminando por la vida. Por eso, prefiero mantener en mi mirada profesional, la mirada con amor, sumada al ojo clínico y a la formación, me parecen una triada maravillosa para poder desarrollar cada día mi trabajo. Establecer un vinculo con los niños y sus familias es para mi básico para poder ver y estar con el niño de la forma más pura posible, para apoyarle en lo que necesite en cada momento, y poder ser un equipo con todo su entorno cercano. También para apoyar a su familia en este viaje que les ha traído la vida, para no juzgar lo que hacen y no hacen, para comprender lo que están viviendo, sintiendo y poder acompañarles.

Así que para mí es irremediable que surja el amor en esta relación profesional, es tan bello vivirlo, y es tan diferente a otros. ¡Qué fantástica es esta riqueza que surge de la diversidad que nos ofrece la vida! Me siento agradecida de que los niños y familias con los que he trabajado y trabajo me lo hayan enseñado y me lo recuerden día a día. Y es que este amor ha sido la base para poder empezar a caminar con la pequeña que me enseña a aprender un nuevo baile en el arte de la terapia; bordeando tus limites, buscando tus huecos disponibles, bailando a tu son para construir una melodía juntas. ¡Qué linda tu primera caricia hacia mí, la amplia sonrisa y mirada al verme en cualquier lugar! Y qué decir del primer abrazo del pequeño jugador de pelotas, el “me encanta estar contigo” del pequeño elocuente, el “no me quiero ir” de ricitos de oro, el “¿hoy me toca con Laura?” del pasionario por los coches, el “te invito a mi cumpleaños” de la pequeña exploradora, y el “te quiero” del torbellino de energía. Además del “gracias por ayudarnos a ser más felices”, “gracias por estar” y “gracias por entendernos tan bien” de las familias. Desde luego, yo a esto le llamo amor, de los más bonitos y nutritivos que existen, es una maravilla haberlo descubierto y que esté presente en mi vida. Si, es cierto, no son mis hijos, ni mis hijas, ni mis familias, lo que si es, es una relación entre personas, es un amor de otro modo. Y es que una de las características más bonitas del amor es que tiene infinitas formas posibles

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