CARTA A MI CONCIENCIA

Autora: María Yaiza Méndez Gil

Solo son las tres de la madrugada. Mi cama parece un tiovivo que no cesa de dar vueltas cuando en realidad son mis pensamientos. El motivo: mi hija Andrea. Cada noche se despierta. A veces llora porque no concilia el sueño, se agita, se impacienta y balbucea. De momento descansa, menos tu y yo. Tú, mi querida conciencia, la que siempre me escucha y me sigue a todas partes como mi propia sombra, tú, la que me transmite sus inquietudes, sus miedos más profundos. Siempre estás en alerta, no dejas de recordarme la realidad que acecha la vida de mi familia, incluso de la mía. Me recordaste que hoy, hace cuatro meses se cumplió el diagnóstico de Andrea. Nos pareció mentira pensar que aquello nos ocurriera. Un mal sueño imposible de borrar, ¿Cómo es posible? ¿Cómo pudo pasar? ¿Tendríamos parte de culpa en ello? ¿Por qué a nosotros?, ¿Por qué la genética ha jugado con nosotros de esta manera? tantas preguntas rondaban en el aire que se resumían en un continuo “por qué”. Desde hacía tiempo sospechábamos que algo extraño le pasaba a Andrea. Su desarrollo no era como el de otros niños de su edad. Su extraño balbuceo inteligible, ajena a todo y el gruñido tan característico que aún mantiene, y que a veces, nos pone de los nervios. Al llamarla percibíamos esa extraña opacidad en su carácter que no comprendíamos. Llegué a creer que era sorda, que la niña albergaba algún problema indescriptible. Tantas noches que pasamos tú y yo compartiendo pensamientos que solo nos indujo a una tortuosa oscuridad. Su nula afectividad resultaba inexplicable, ¿lo recuerdas? ¿Recuerdas cómo era al despertarse de su siesta?, yo la llamaba con mis brazos abiertos para que fuera hasta a mí, y ambas veíamos como Andrea nos hacía caso omiso ¿Qué le ocurre? ¿Por qué no corre hasta a mí con total alegría? ¿Por qué se aleja con su habitual dicharachera como si estuviese hablando para sí misma? Yo me quedaba a los pies de su cama, a la espera de que reaccionase, preguntándome si tú también lo notabas o simplemente eran imaginaciones mías. Su padre también percibía esa extraña conducta pero al igual que yo, le inundaban las dudas. La enorme incertidumbre hizo que nos sumiéramos cada vez más en un laberinto sin salida.  No supimos si esperar a su próxima visita al pediatra, o simplemente darle tiempo para ver si cambiaba. En esos momentos no supe si considerarte como un Daimón que apareció en mi cabeza, o sencillamente, como a un ente perverso. Me indujiste a investigar, ¡Dichosa tu osadía! Todo resultó complicado. En internet leí los testimonios de madres con similares experiencias a la nuestra. Una palabra sencilla, de tan solo tres letras se reflejaba en todas las páginas: TEA. Algo que encierra el significado de un acrónimo intimidatorio: “Trastorno del Espectro Autista”. Me obsesioné, tú me hiciste obsesionarme. Deseé, y créeme que aún me aferro a esa esperanza, que fuese el atisbo de una sombra pasajera.

La preocupación se manifestaba en los ojos de mi familia pero nadie se atrevía a insinuar nada, supongo que por temor, o deseos de que fuera algo pasajero. Quizá la mente humana funcione así para protegerse de ti cuando intentas arrastrarnos hasta la cruel realidad de todas las cosas. Lo peor de todo es que nos obstinamos en creerte. Yo tuve que compenetrarme contigo para aceptar el diagnostico de mi querida Andrea. Caminar a tu lado no resulta fácil, nada lo es. Pero he aprendido que con valentía, fortaleza y perseverancia se consiguen grandes cosas. Asimilar su problema resultó ser el mejor remedio para todos. Al final nos lo confirmaron el nueve de abril de este año. Al principio las terapias fueron duras porque ella no se adaptaba a la gente extraña, pero ahora, ¡Qué diferente se le ve! Resulta sorprendente reconocerla.  Sus ojos poseen otra chispa diferente, más cercana con los suyos. Se voltea al escuchar su nombre, señala todo lo que ve, me mira y pide información de su entorno, desde una hoja caída en el suelo hasta una señora al pasar. Se centra en lo que le digo, vocaliza algunas palabras y otras se esmera en pronunciarlas. Le gusta la música y baila con su peculiar zarandeo de cabeza y cintura que nos hace reír a todos ¡Qué contenta se pone! Ya observa mejor a su hermana pequeña, se le acerca y con su mano le acaricia la cabeza. Cuando ésta no se deja ella se muestra enfadada porque desea tocarla.  A su manera, se muestra más receptiva. Sonríe contenta cuando ve a sus padres. Hubo momentos en el que te transmití mis dudas acerca de su afecto hacia nosotros, de que cambiara, de poder disfrutar de su compañía, y mira, ¡Quién lo diría! Casi me convences de que no sabría llegar hasta ella y para que veas, a veces tú también te equivocas. A pesar de que tu realidad me sumió en penumbras los días de incertidumbre, me enseñaste una cosa: incluso las grandes fortalezas se derrumban pero sobre sus cimientos se construyen otras más poderosas. Y así deberemos mostrarnos siempre, aunque yo decaiga, tú debes levantarme con la misma osadía con la que te atreviste a mostrarme a Andrea tal y como es. Aun queda mucho por recorrer, somos conscientes de que el camino será duro y habrá épocas difíciles, pero lo que tenemos claro, es que estamos orgullosas de ella, de su progreso, de su esencia….

 

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