Construir un mapa mental con ella

Autora: María Martínez Rodriguez

Paseaban por el carrer Boquería del centro de Barcelona, algo aparentemente normal, pero él se sentía inquieto. Sabía perfectamente que si seguían aquella calle estrecha y serpenteante, llegarían a la plaza Sant Jaume, pero ella, inesperadamente, decidió girar a la izquierda y él se paró en seco, justo al lado de la antigua sombrerería, daba un toque de encanto a la esquina con la calle dels Banys Nous. Los turistas se chocaban con él, pero él no podía moverse. Ella había avanzado unos pasos, seguía hablando sola, pero al mirar de reojo y no verle se paró y se giró.

–Vamos por aquí –dijo ella animada pero sin acercarse a él.

–Nunca he pasado por esa calle –y la miraba a ella serio, concentrado, la miraba a ella y miraba todo a su alrededor.

–Yo tampoco he pasado nunca pero hay mucha gente y parece interesante.

–Pero para ir a la plaza Sant Jaume hay que seguir por aquí.

–Lo sé –y entonces avanzó unos paso hacía él, le cogió de la mano y tiró en dirección a la calle desconocida–. Pero me apetece ver que hay por aquí.

Ella no le soltaba la mano pero él no podía caminar, necesitaba tiempo, necesitaba hacer un mapa mental de ese lugar, todo era nuevo, los escaparates, los edificios, nada existía y de repente toda aquello tenía que asimilarlo y procesarlo.

Se soltó de la mano y dijo:

–Espera, un momento, no vayas tan deprisa –empezaba a sentir como aumentaba esa angustia pero de un modo aún más insoportable que en otras ocasiones–. Espera un momento, tengo…tengo que asimilar, es mucha información nueva, tengo que asimilarla. Bajó la mirada para poder tomar aire, necesitaba tranquilizarse. Otras veces había ido a sitios nuevos pero hoy no se lo esperaba. Demasiada información de golpe, no podía, ella, la calle nueva, necesitaba más tiempo.

Se puso delante de él para decirle con voz suave y calmada tranquilo, tranquilo, no pasa nada, podemos parar en aquella tienda, se giró y señaló un escaparate, cerca de la sombrerería, solo eran unos pasos, acaso unos pocos metros, para descansar, para superar la barrera.

–Solo espera –insistió él– solo necesito un poco más de tiempo –y miraba sus propias zapatillas, cogiendo aire, cerrando los ojos unos instantes–, solo un poco más de tiempo.

–Si lo prefieres seguimos por la calle Boquería, podemos mirar sombreros y llegar a la plaza Sant Jaume –dijo inclinando la cabeza e intentando mirar sus ojos, pero estos estaban fijos en el suelo, ausentes.

Le molestó un poco su condescendencia, solo necesitaba un poco más de tiempo, solo necesitaba construir un mapa, inventar ese nuevo mundo, esa nueva calle, no era tan difícil, solía hacerlo y no le tomaba mucho tiempo, pero en esta ocasión el problema era ella. Sentía que ella le desestabilizaba, perdía la concentración, demasiada información de golpe, los edificios nuevos, los escaparates, su mano agarrando la suya y sus ojos, demasiada información de golpe.

–No –dijo secamente–. Podemos seguir por aquí pero más despacio, es un lugar nuevo, tengo que acostumbrarme.

–De acuerdo, pues más despacio, llegamos al final de la calle y volvemos, no quiero perderme, suelo perderme por estas calles –y sonrió, y le miró, y no le soltaba la mano.

El mundo es igual para todos pero él necesitaba construirlo en su cabeza pieza por pieza, tramo a tramo.

La gente solía decir que él vivía en su mundo, que él veía las cosas de otro modo pero no era eso. Él era consciente de todo, no podía evitarlo. Al mirar una simple foto él podía verlo todo, la gente solo se fija en el primer plano, pero él…, él se fijaba en todo. La gente creía que él miraba lo pequeño e insignificante del fondo de una fotografía pero no, él miraba cada pixel, cada rincón, cada tono y cada detalle.

Ella se dio cuenta enseguida de esa capacidad y nunca dijo que él viviera en otro mundo, le pareció, sin embargo, que él era más sensible al conjunto de estímulos generados por una simple fotografía, por una calle, por una habitación. Su sensibilidad estaría, muy probablemente por encima de la de todos los demás y a ella no dejaba de sorprenderle y no podía hacer otra cosa de dotarle de un gran humanismo.

–No está en su mundo, está en el nuestro, solo que él lo percibe de otro modo –les dijo un día al resto de compañeros de la oficina.

–No, tampoco es eso –él se encontraba detrás de ella, cuando ella se giró, él se marchó.

Al cabo de unos días ella le pidió ir a pasear juntos, quería saber qué le hacía tan especial.

Cuando alguien es capaz de ser consciente de todo lo que pasa a su alrededor, se siente muy agotado, por eso busca rutinas, busca lugares conocidos donde no tenga que preocuparse si va o no a percibir estímulos nuevos. Quiere que todo esté en su lugar porque si algo ha cambiado lo va a notar.

Pero con ella todo era nuevo, todo lo desestabilizaba más de la cuenta, una calle nueva estando ella era como tener que asimilar una ciudad por completo. No sólo tenía que montar el mapa mental de la calle, tenía que incluirla a ella en ese mapa y era demasiada información. Tiempo, necesitaba más tiempo.

Cuando la vio por primera vez en el trabajo, se sorprendió porque le tomó más tiempo de lo normal asimilarla. No era capaz de adivinar que era lo que le había perturbado al verla, quizás fue que el mechón de pelo castaño claro que se había salido de su coleta o la pestaña de su mejilla sonrosada, o aquellos ojos color miel. También le costó habituarse a su forma de pronunciar las erres, a la sonoridad de su voz y sobre todo a la forma de ladear la cabeza cuando le miraba, solo cuando le miraba a él.

–Mira ese sombrero de la derecha, sí, ese, el negro. Yo creo que te quedaría bien –dijo agarrándole con una mano el brazo y con la otra señalando al sombrero–. Qué pena que la gente ya no lleve sobrero, a mi me gustan –le miró a los ojos y volvió a mirar el escaparate, dejando pasar a los turistas y al tiempo que él necesitaba.

Quizás fueron unos cinco minutos los que estuvieron allí mirando sombreros, ella hablaba y no le soltaba el brazo, él solo la miraba a ella y de reojo miraba la calle nueva. A veces ella también se quedaba en silencio y a él se le disipaba el pánico y la ansiedad. Solo unos minutos más, solo necesitaba unos minutos más, un poco más de tiempo, pero podía hacerlo, podía seguir allí, a su lado, podía dibujar en su mente todo el mapa del mundo y podía ponerla a ella en ese mundo. Podía seguir, podía seguir con ella, podía conseguirlo.

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