LA ENTRADA Y SALIDA DEL TUNEL

Autor: Daniel Muñoz

            Casualidad o el propio destino, quiso que ese año desempeñara mi labor como maestro en la serranía de ronda, en un pueblecito que quedará marcado para siempre en mi corazón, no solo por el duro golpe recibido, en un principio, y de superación familiar posterior, sino también por el amor y el cariño que me ofrecieron, esos pequeños, fantásticos y especiales alumnos a cambio de nada, que día a día me sorprendían y emocionaban, siempre con una bonita sonrisa dibujada en su cara.

Es cierto, que podía dar la sensación que el día a día dentro del centro era algo monótono, pero más allá de la realidad percibida y de los posibles problemas que tenía para entenderles y trabajar con ellos, surgían momentos especiales y situaciones sorprendentes. Ellos me hacían vivir la realidad educativa desde diferentes puntos de vista, viajando a mundos lejanos y a la vez tan cercanos, tan solo mirándoles a los ojos, observándoles durante minutos, que a veces parecían eternos, ya que esos pequeños artistas, eran capaces casi de parar el tiempo, sobre todo cuando comenzaban a realizar esos rituales tan especiales, sistemáticos y repetitivos. Me quedaba ensimismado cuando los veía colocar esas interminables filas de juguetes, darle una y mil vueltas a todo aquello que podía girar, al esconderse en aquellos lugares tan ocultos y cubiertos en todo momento, cuando buscaban una protección continua hacia el mundo que les rodeaba. Pero es evidente, que por los sentimientos que hacían aflorar en mí, les convertían en seres únicos entre todos nosotros, como si de una raza más evolucionada se tratara, con el cariño y amor personal e incondicional que nos mostraban, con esa peculiar manera de interpretar el mundo. Además, eran dulces y carismáticos, y a la vez,  sinceros, duros de corazón y sin miedo a nada, pero siempre dependiendo solo y exclusivamente de las personas más allegadas en su vida. Todo ello, enfrascado en un botecito de esencias que ellos descorchaban, mostrando al mundo su realidad .

Aquel día marcado en mi almanaque del tiempo, comenzó como otro cualquiera, y tras las primeras horas matutinas trabajando dentro del aula, llegó la hora del recreo, y como siempre, bajamos al patio para desconectar un rato y salir de las cuatro paredes que nos confinaban dentro del aula. Todo el alumnado salía volando, como si se tratara de un pájaro que había estado encerrado en su jaula y corría hacia la momentánea libertad. Unos jugaban al pilla pilla, otros al escondite, otros intercambiaban estampas, y por otro lado, estaban mis soles de mayo, uno dando giros interminables sobre sí mismo, otro contando hojillas y colocando piedrecillas en una perfecta fila calculada al milímetro, otro dando paseos para un lado de la pista y para el otro y saludándome con un abrazo cada vez que pasaba a mi lado, y fue, en medio de uno de esos achuchones,  cuando ocurrió lo inesperado. Una sensación extraña y fría recorrió mi cuerpo transformándose en una idea no muy grata dentro de mi cabeza.

Todas esas conductas especiales y extrañas, ¿por qué eran tan similares a las que realizaba mi peque?, ¿tendrían alguna relación entre ellos?, ¡pero si solo tiene dos añitos!, era como si la inspiración y el amor hacia esos preciosos seres poco a poco se transformara en miedo y tristeza, rondando mi cabeza durante el resto de la jornada hasta llegar a mi casa.

Cuando entré, ahí estaba mi sol y su ángel de la guarda, su mamá, que cuida a diario de él. Pero, cómo explicárselo a mi mujer sin que salten las alarmas, era complicado. Después de una larga y controvertida charla, le explique todo y fue cuando tomamos la decisión de ir a la pediatra, donde rápidamente, mediante un simple test y su experiencia tras muchos años de trabajo con infinidad de niños, nos derivó a Atención Temprana. No teníamos ni idea de lo que estaba ocurriendo y de lo que se nos venía encima, pero tras muchas horas de espera y muchas pruebas, diagnosticaron a mi peque y concluyeron de que tenía TGD (Autismo). Fue entonces cuando el cielo se oscureció sobre nosotros y comenzó nuestra lucha diaria. Los primeros meses fueron duros, muy duros, pero gracias a la familia, a los amigos, a los profesionales que trabajaban con él y, sobre todo, a la implicación y el desvivir de unos padres, Hugo comenzó a comprender y entender mejor nuestro mundo y nosotros el suyo. Entramos en un túnel oscuro lleno de incertidumbre y comenzamos a salir del mismo hacia la luz, y gracias a que el diagnostico fue muy precoz, se ha intervenido muy pronto y evoluciona a pasos de gigante.

Todo ello fue gracias a la ayuda indirecta que me proporcionaron esos pequeños seres que brillan con luz propia en mi colegio. Ellos me iluminaron con su amor y cariño para poder ayudar a lo más bonito de mi vida, en su andanza nueva y exigente por la vida. Aunque también tengo que decir, que fue una ayuda mutua y reciproca, ya que gracias al trabajo, la investigación y dedicación hacia mí hijo, pude entender mejor a mis alumnos/as y acercarme más a ellos, educarles, enseñarles, comprenderlos, amarlos y hacerles más participes de la vida diaria y de esta manera, acabé el curso escolar más interesante y emotivo, de toda mi carrera como docente ¡Gracias!

 

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