CHOCA ESOS CINCO

Autora: Sonia Lurueña

 

Me encontraba observando el plato que estaba enfrente de mí, el cual había comido en múltiples veces y siempre acababa satisfecho.

Sin embargo, este plato no era como los que había comido anteriormente. La única y sutil diferencia a los anteriores es que me encontraba con  la familia cenando en un restaurante al lado del mar, donde las olas rompen levemente ante la arena de la costa andaluza.

Una familia de cinco miembros, donde todos disfrutamos de la comida típica del lugar mientras charlamos animadamente.

Todos menos uno.

Él está comiendo, pero no participa en la conversación. Se encuentra ensimismado, únicamente preocupado por acabar el plato.

-¡Carlos, vuelve aquí!- le increpa su madre.

Inmediatamente el aludido levanta la cabeza, donde se refleja la mirada a través de sus marrones ojos. Esa mirada perdida que solía tener.

-¿De qué estábamos hablando, Carleras?

Pero Carlos no puede responder a esta pregunta. Cuando come se desconecta del mundo, viaja a otro planeta que Dios sabrá dónde está.

Se produce el silencio durante varios segundos, pero ese silencio dice más que cualquier palabra que pudiera decir.

-Carlos, estate atento a la conversación. Venga, cuenta cinco frases, del día o de la cena.

Su padre utilizó una fórmula recientemente creada para que Carlos intente hablar en las comidas. Antes tampoco es que hablara en demasía pero ahora, al entrar en el grado medio de informática, ya no le exigen hacer comentarios, redacciones, o cualquier manifestación de habilidades comunicativas, si bien es cierto que Carlos estaba bastante contento en clase, se hallaba estudiando lo que realmente le gustaba y además sus notas eran buenas, incluso por encima de la media.

Él había conseguido el título de la ESO sin dificultad, y sólo  necesitó que le convalidasen la asignatura de Lengua por lo complicado que es para Carlos expresarse.

-Bueno, la comida está rico. -respondió

-¿La comida rico, Carlos? La concordancia, por favor. -Ahora tenía despistes de ese calibre

-LA COMIDA ESTÁ RICA. -dijo Carlos, como si diciendo más alto las cosas los errores desapareciesen.

Pero de momento sólo llevaba una oración. Y no era demasiado compleja.

-Estoy comiendo un espeto de sardinas. El espeto es un plato típico de Andalucía.

A él le encantaba decir los platos típicos de cada sitio, e incluso se extrañaba cuando comíamos un plato fuera del lugar. Por ejemplo, solíamos tomar salmorejo comprado en el supermercado y, cada vez que lo comíamos, saltaba con la frase de que el salmorejo se solía comer en Andalucía.

Pero esta vez se quedó pensativo. No se le ocurrían más frases relacionadas con la comida.

Entretanto los demás familiares seguían comiendo. Él no manejaba el tema de comer y hablar a la vez. O estaba en su planeta aislado de cualquier conversación mientras devoraba la comida, o intentaba hablar mientras la comida se enfriaba. Siendo realistas, preferíamos lo segundo, pero cuanto menos estaría genial que pudiera hacer las dos cosas a la vez.

-Carlos, llevas tres. Piensa ahora en el día de hoy, por ejemplo en la piscina. -le dije yo.

En efecto, habíamos pasado un buen rato por la mañana en una de las piscinas de la urbanización. A pesar de que aparentemente no tuviera demasiado «atractivo», era un buen tema para que hablase de ello.

-Me gusta mucho bañarme en una piscina tan tranquila y tan relajada.

Nos quedamos los cuatro de piedra.

No sólo porque la frase  fuera algo distinto a sujeto y predicado, sino porque sobre todo había expresado sus sentimientos. Una oración muy buena.

– Muy bien, Carleras. Choca esos cinco. -le dije. Me gustaba llamarle Carleras amistosamente, sobre todo desde que un profesor de educación física comenzara a llamarle así y a él le gustara ese nombre.

Carlos chocó su mano contra la mía con esa desmesurada fuerza que posee.

Y cuando nuestras manos se juntaron durante un segundo, me di cuenta de tres verdades.

Quiero que Carlos sea feliz durante toda su vida.

Quiero además que pueda expresarlo.

Y que esa felicidad sea sencilla.

Espero que no sea mucho pedir el poder estar allí para verlo.

Porque, al fin y al cabo, es mi hermano.

Y le quiero tal y como es.

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