Nuevo relato para el certamen Cuéntame el Autismo, en esta ocasión, una madre, con 3 hijos, nos narra la situación que nos ha traído el coronavirus: «Cerraron colegios y trabajos y comenzó la verdadera aventura: sobrevivir a ser padres, profesores, psicólogos, animadores socioculturales, limpiadores, cocineros, monitores de pilates  y teletrabajadores.  ¡Todo en uno!». No os lo perdáis. 

 

¡Si no me vuelvo loca hoy, me volveré mañana!

 

Un día, de pronto, sin casi darnos cuenta, quedamos privados de nuestra libertad por culpa de una invasión microscópica y letal: el coronavirus. Cerraron colegios y trabajos y comenzó la verdadera aventura: sobrevivir a ser padres, profesores, psicólogos, animadores socioculturales, limpiadores, cocineros, monitores de pilates  y teletrabajadores.  ¡Todo en uno! ¡Menudo cocktail de responsabilidades que nos pedían y  nos siguen pidiendo! Yo tengo un hijo TEA de 11 años que se llama David, una hija muy sensible de 14 que se llama Alba  y otra hija de 17 que se llama Helena. Con este panorama, ¡nos lanzamos a la aventura! ¡Y menuda aventura!

Desde mi  ventana se veían calles vacías y aplaudíamos todos los días a las ocho, los primeros días se me ponía la carne de gallina. Dentro de mi casa comenzaba una nueva forma de ver las cosas y vivir la realidad. El primer día que David tuvo que hacer la tarea en casa se negó. Tuve que hacerle una historia social y ayudarle a reconocer que estábamos en época escolar y, por tanto, tocaba seguir realizando la tarea en casa, a salvo del virus que habíamos visto que se transmitía muy fácilmente y que era la causa del cierre del colegio. “No estamos de vacaciones”, eso le dije y le sigo diciendo cada día. Mucho cambio en escaso tiempo: estábamos en casa todos juntos y además tenía y tiene  que  hacer todos los días un montón de tareas. El horario que elaboramos y la historia social nos sirvieron  para las dos primeras semanas, después se negó a seguir con las tareas. En ese momento me planteé que lo primero era su estabilidad emocional y ese día le permití no hacer casi nada, una lectura creo que hizo, no lo recuerdo muy bien. Porque ¿de qué sirve hacer algo obligado y bloqueado? ¡De nada!  Entonces mi otra hija me dijo que estaba durmiendo mal y estaba muy nerviosa… “¡Rábanos! ¡Éramos pocos y parió la abuela que está confinada y sola en su casa con dos gatos!”, esto fue lo que pasó por mi alocada mente.

Desde mi ventana aplaudíamos  al ritmo de la canción “Resistiré”, versión del famoso “I will survive” que tanto me ha gustado siempre. Los primeros días, aplaudir todos juntos, conocidos y desconocidos,  con ese mensaje de fondo, emocionaba, la verdad.

Y comenzó la primavera, eso sí con menos ataques de alergia porque… ¡estando en casa no te llega el polen!  Podíamos ver a través del cristal los árboles en flor y, abriendo la ventana, oír a los pájaros cantando. Y dentro… ¿cómo mantener horarios y rutinas mínimamente? Dándole vueltas a esta cabeza de chorlito que tengo, se me ocurrió una idea que podía funcionar: ¡meter los deberes dentro de un juego  tipo Trivial! Cada color se correspondería con una materia y cada casilla con un ejercicio y  después de hacerlo  podría elegir entre dos juegos que le gustaban. Cuando caía en un quesito hacía dos tareas y después… ¡quesito y pegatina!; y cuando consiguiera  todos los quesitos … ¡premio!  Con este juego he conseguido motivarle algo más para la realización de las tareas diarias y divertirme yo de lo lindo con él, todo hay que decirlo. Es decir, conseguí momentos positivos de calidad para recordar con él. No obstante, esa emoción le duró la primera semana, luego empezó a estar cansado y a regatear para jugar más y trabajar menos, pero… ¿podía yo culparle? ¿Acaso me apetecían a mí el teletrabajo, los informes, los correos, la revisión de programaciones? ¡Pues ni flores! Con lo que… ¿por qué tenía que apetecerle   hacer tareas  a mi  chico TEA que bastante bien estaba llevando la situación? Me tocaba estrujarme de  nuevo el coco para conseguir atraerle de forma subliminal hacia el currele. Y pensé,  no veáis lo que pensé. Pero mientras pensaba tenía que mandar informes, atender a familias, revisar documentos, responder a profesores en un tiempo razonable a sus consultas y seguir jugando con mi hijo, las comidas, el pilates con las niñas, ver una serie con ellas por la noche y tener momentos para escuchar sus sensaciones y preocupaciones y sacarle una punta de humor a todo. Y ¿dónde estaba tu marido en esos momentos? Os preguntaréis. Bueno él  hacía las compras y las sigue haciendo, se encargaba de lavar y tender ropa y ayudaba al niño en sus dudas de mates, pero decía que a mí se me daba mejor motivarle y jugar con él, se ofrecía a cocinar y a ayudarme, pero yo me había subido al pedestal de “superwoman” y no había quien me bajara de ahí, y aguanté como una jabata hasta que mi organismo, un día, petó y me desperté con la molestia y el cabreo a flor de piel, todo me molestaba, por todo me quejaba, estaba brusca…Y de nuevo fue mi niño TEA el que me abrió los ojos y me hizo reaccionar con una  simple frase: “Mamá,  ¿qué te ha pasado para que hoy estés tan borde?”. Ahí mis ojos se abrieron y mi cabeza cambió el chip, le dije a mi marido que necesitaba que él  jugara con el niño durante mi jornada de teletrabajo y que yo apoyaría en algún que otro juego, le expliqué cómo iba el juego y empezamos la andanza de nuevo. Si bien es verdad que el niño intentaba tomarle el pelo y escaquearse de la tarea, han empezado a  “entenderse”. También dejo ahora que me ayude con las comidas e incluso haga algunas y los niños  también están colaborando en esto,  hay días que hacen la cena, ya han hecho una cena cada uno, en el caso de David hizo sándwiches para todos y le quedaron genial y ha hecho ya dos dulces, con lo que estoy más que feliz con mi  apertura mental. Mis  hijas han hecho comidas y  todos colaboran en la casa. No me puedo quejar, soy afortunada.

Desde mi ventana, ¡maldita sea!, para mi desgracia sigo soportando el “Resistiré”, y de verdad que ya no voy a resistirlo maaaaaaas. Me gustaría saber quién es el gracioso que la pone a volumen discoteca para mandarle un regalito postal o poner un cartelito en su portal con mi opinión sobre su música. Más cabreo me ha entrado cuando me ha dicho mi hermana que “ya nadie pone esa canción”.  ¿EN SERIO? ¡PUES EL PELMAZO DE MI VECINO SIGUE REVENTÁNDONOS LOS TÍMPANOS CON ELLAAAA! Desde  mi ventana, la ventana de mi corazón, de dentro a fuera, doy gracias por la familia que tengo, lo bien que nos llevamos y lo bien que estamos.

 Pero, claro, no siempre nos llevamos tan bien. Porque mi hija de 14 años no entiende las conductas de su hermano TEA y aunque le adora, le  critica y le provoca mucho. Y, en el encierro, a su hermana mayor, que le quiere como una segunda mamá, también le ha estado costando soportar sus bucles temáticos repetitivos.  Esto ha hecho que se pelearan  en las comidas  muchos  días, hasta que decidí hacer lo que no aconsejo a otras familias en otras situaciones: comer viendo la televisión.  Así, nadie hablaba, nadie se peleaba  y todos se quedaban tontos  mirando la “caja tonta”. Durante muchos días, esto funcionó a la perfección, pero, un día,  de pronto dejó de hacerlo y  tuvimos que volver  a comer en la cocina e intentar tener conversaciones civilizadas. De estas peleas entre ellos ha salido algo bueno: mi hijo y yo hemos creado juntos un rincón de la calma para que aprenda a utilizarlo para relajarse y rebajar el cabreo. Lo malo es que todavía no he sabido cómo enseñarle a utilizarlo. De hecho, el otro día me sentí como una panoli cuando me dijo tras un enfado con su hermana: “mamá, déjame besar tu pelito, que el rincón ese no sirve para nada y a mí sólo me consuela besar tu pelo”… ¡Menudo chafe! ¡Tanto curso de disciplina positiva y apoyo conductual positivo para que todo se reduzca a besarme pelo! Yo le dije, siguiendo mi línea  de psicóloga, que intenta aplicar su maravillosa teoría supuestamente “infalible,  que debíamos buscar algo para poner en ese rincón que sirviera igualmente para calmarle. Él me respondió  que para qué, que él sólo necesitaba mi pelo. “¿Me corto la melena y le hago una peluca para abrazar y besar?”, pensé a la desesperada. Otra opción que tenía era la de comprar una muñeca de pelo rizado para que los besara, pero se partió de risa cuando le propuse las dos opciones… ¡En fin! Todavía estoy intentando descubrir la forma de atraerle a la utilización del maravilloso “rincón de la calma que no calma” que tenemos instalado en la terraza.  Como conclusión a todos estos días diré, pues, que lo que te funciona un momento al siguiente resulta absurdo. Pero no, no  voy a volverme loca ni hoy ni mañana, porque mi niño TEA me da el punto de cordura que, de vez en cuando, se me escapa. ¿Cómo? Pues con la maravillosa imagen que sus ojos reflejan de mi, dibujada con los brillantes colores de su corazón.


Sonia Gómez


 

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