Alguien está caminando por la calle. Oigo claramente unos pasos por una acera de adoquines de cemento.
Plas-plas-plas.
El sonido se va repitiendo a ritmo acompasado. Unas voces se saludan.

– Hola, ¿qué tal vas con el embarazo?
– Bastante bien. Aunque ahora con estos calores de los últimos días… sin comentarios.
– Estupendo. Cuídate, ya te queda poco y a disfrutar de tu niño.
– Muchas gracias, hasta pronto.

Estar aquí dentro me da muchas ventajas. Floto y nado en un universo calentito que me produce mucha felicidad. La voz de mujer que acabo de escuchar me resulta conocida. Es alguien que me protege, seguro.
Aunque tengo alguna desventaja. Fuera hay otro universo al aire libre que desconozco y eso me produce inseguridad. Tampoco sé quién soy, aunque algo me dice que necesito tiempo para ir enterándome de eso y mucho más.

Tengo un cuerpo y me muevo. Cuando lo hago siento unas manos que van siguiendo mis movimientos desde fuera. Ahora esa voz maravillosa que me habla se ha puesto a cantar. Es maravilloso. Siento una paz especial, algo nuevo para mí. Me entero de que es mi mamá. Ahora sé que no es la primera vez que me canta y acaricia.

De repente unas interferencias, un sonar de pozo profundo, de chatarra sideral invade mi universo tranquilo. Un súbito rayo eléctrico altera mi bóveda y mi mar. Mi cabeza, la que contiene un cerebro que me sirve para pensar, colapsa. Pierdo el conocimiento o la consciencia que estoy comenzando a disfrutar. Un nuevo sentido de oscuridad y silencio se instalan en mi mundo y percibo que algo ha cambiado.

Todo ha pasado ya. Pero ha pasado. Intuyo que ha sido algo especial que quizá me acompañe para bien o para mal. Los sonidos también están cambiando. Sigo oyendo cantar aunque con voz temblorosa. Sigo aquí y espero… pero no sé qué.
Resulta que estoy fuera. Hace calor y frío. Creo que he nacido. Soy un chico, he pesado tres kilos ochocientos gramos y me han puesto de nombre Daniel. En casa se nota que todos están contentos y alegres de estar al fin conmigo.

Los meses han ido pasando y me gusta conocer el mundo que me rodea aunque a veces no sé expresarlo bien. Lo que si sé es que todos me quieren mucho. Y yo a ellos también.
No sé por qué lloro tanto. Mis padres están preocupados. No logran entenderme, y eso que yo soy su tercer hijo. Leen y se informan para comprenderme y ayudarme. Me han llevado a varios médicos.
Un doctor muy entendido les ha dicho que soy algo distinto, que soy autista, pero nada para preocuparse porque ahora hay información y organismos suficientes para asesorarse y hacerlo lo mejor posible.

Ya soy mayor, tengo cinco años y he recibido un regalo especial de cumpleaños: un gato pequeño, un gatito de color negro y blanco en las patas. Le llamo Michi-Michi es suave y me entiende. El año pasado me regalaron un perro, pero siempre me miraba y eso me ponía nervioso. Se lo regalamos a mi prima Susi y está encantada y todos sabemos que nuestro perro también. Michi es suave y mullido como el algodón. Me mira, pero solamente un momento corto, por eso no me produce ansiedad. Michi-Michi es mi amigo. Papá dice que los gatos saben actuar usando la empatía, que debe ser como saber qué me pasa a mí en cada momento y sabe que todos nos tenemos que relacionar unidos porque debemos vivir en compañía. También me habla de Marina, una profesora que ha estudiado a los gatos y a los autistas como yo.

Michi-Michi me habla y yo le entiendo. Y ocurre algo muy curioso, mis papás y mis hermanos a veces no entienden lo que dice o lo que quiere y tengo que explicárselo. Eso me gusta mucho y ellos también están contentos y chocamos las manos. ¡Choca esos cinco!
Michi-Michi gira la cabeza despacio y me mira. Me gusta cómo mira y se mete dentro de mis ojos. Su mirada dura poco y eso es bueno porque no tengo que quedarme mucho rato atento a lo que me dice.
Michi-Michi me vuelve a mirar y me dice que va a acercarse y ronronear alrededor de mi tobillo derecho. La siguiente vez me explica que se acercará a mi pierna derecha. Es divertido y me gusta que lo haga. Se lo he dicho con mis palabras y él repite una vez más el contacto.

Mi padre está en la habitación y sonríe. Dice en alto que es emocionante ver cómo me comunico con el gato. Que eso nunca había pasado con Toby, que es el perro de mi primo Pepo.

Me doy la vuelta y me acerco a papá. Michi-Michi me sigue y vamos juntos. Sonrío alargando los labios.

– Campeón, ¡¡Vuelve a chocar esos cinco!! – dice mi papá muy contento.

Michi- Michi rodea nuestras piernas y miramos hacia abajo para ver lo que hace. Papá dice que él también está chocando esos cinco, a su modo, claro.

 

Victoria Gasané

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