Tarde lluviosa de un sábado de noviembre a las seis y media. Marco se encuentra en la cafetería situada en la planta alta de unos conocidos almacenes junto con sus padres para merendar esas tortitas con nata y sirope de chocolate que tanto les gustan a la vez que contemplan el Madrid iluminado.

A la misma hora y en la planta baja está Daniel en la sección informática acompañado de su papá y a la que acude con frecuencia. Tiene la suerte de que su padre es distribuidor de productos informáticos y le gusta estar al día y chequear las novedades que al público se ofrecen para la venta. Daniel conoce la sección como la palma de su mano, pero siempre podrás encontrarle en el punto destinado a la manzana mordida, su preferido. Como a Daniel no le gustan las manzanas nos fiamos de su buen criterio a la hora de elegir.

Casi tirando de él el padre conduce a Daniel a la cafetería donde se reúnen con la madre para juntos tomar un par de cafés. A Daniel le piden una napolitana de chocolate.

Será ese el único momento en el que los padres puedan charlar de sus cosas mientras su hijo engulle su merienda y escucha los trocitos de sus películas preferidas en YouTube en el móvil del padre. Daniel está hoy en la cafetería más nervioso de lo habitual, aleteando manos, haciendo sonidos guturales, chocando sus ya raídas uñas contra el filo de la mesa, agarrando el cuello de su jersey con ambas manos. Parece que va a chillar. ¡No! Falsa alarma. Ahora le ha dado por repetir en bucle el estribillo de una canción del Cantajuegos.

Entre sorbo y sorbo de café la madre primero, luego el padre han intentado que Daniel escuche otras, pero no se deja ayudar. Está empezando a ser muy machacón ese «somos amigos, somos amigos desde el día que nos conocimos, somos amigos, somos amigos porque al encontrarnos nos divertimos».

La señora de la mesa de al lado se ha levantado. Se dirige hacia nosotros. Nos pedirá que al menos el chaval baje el volumen:

– Perdona, ¿tu hijo estudia en el colegio DiverSos? -pregunta a la madre de Daniel-.
– Sí, responde ésta sorprendida.
– Me imaginaba. Mi hijo Marco señala al tuyo y dice «DiverSos».

La madre de Daniel supo en ese instante que también su hijo le estaba comunicando sin palabras con el estribillo de una canción que allí estaba su amigo.

 

María Ángeles

 

 

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