Un día del mes de febrero de un año cualquiera….., emprendí mi nuevo proyecto. Decidí cambiar de estado. Pero no de sólido a líquido ni a gaseoso, quería ser madre.

Con la cabeza llena de planes, de expectativas y el corazón lleno de amor…lo conseguí. Tuve mi primer hijo.

Pese a que tenia un montón de planes, de ideas, de… no se cumplió ninguna. Nada era como había imaginado ni parecido a lo que me habían contado, nadie me había hablado de esto. Mi historia era “diferente”. No era capaz de valorar si era mejor o peor, sólo podía ocuparme del día a día, de sobrevivir.

Poco a poco y a veces no tan poco a poco fueron llegando más experiencias no previstas: muchísimas visitas a médicos, reuniones de educadores en la guardería, todas ellas hablando de cosas poco concretas.

En las reuniones de padres descubrí que lo que contaban nada tenia que ver con mi hijo ni con mi situación.

Un día, alguien le puso nombre a todo lo que nos pasaba y le llamo AUTISMO.

Uno esta preparado para hacer frente a muchas situaciones, para otras no. Esta era de aquellas en las que uno no está preparado, no por incapaz sino simplemente porque es un escenario que no tenía contemplado, esto no podía ocurrir.

A partir de aquí, empiezan las preguntas que uno se hace así mismo : ¿por qué yo? ¿qué he hecho mal? ¿me habré equivocado? ¿se habrán equivocado?… No hay respuesta.

Sólo hay una salida, hay que aceptarlo. Es preciso reformular el proyecto inicial con esta nueva información. Necesito ayuda, comienza la búsqueda.

Entonces descubres que como todos los principios es difícil. ¡Qué difíciles son las cosas fáciles! Ir al pediatra, elegir un colegio (o que el colegio te elija a ti), el dentista, las celebraciones, ir al cine, relacionarte con otras personas…

Dos alternativas: luchar por tu espacio o encerrarte en tu problema.

Descubres que poco tienes en común con todo y todos los que conocías, que poco te pueden aportar para que no elijas la segunda opción. Pero yo estaba dispuesta a luchar por la primera alternativa. Entonces, por fin después de cerrarse una puerta, por fin se abre una ventana.

Conocí a los colegios de educación especial, tan preparados para atender a estos chicos tan especiales de familias tan especiales, a las asociaciones de gente especial, a profesionales que trabajan con gente especial. Todos ellos me enseñaron a convivir con el AUTISMO.

Con el tiempo hemos descubierto que se puede disfrutar del éxito de coger una cuchara, de quitarse una camiseta, de hacer pis en el WC, de una sonrisa, de un beso… y así le vamos ganando pequeñas batallas al problema, luchando por nuestra independencia y autonomía con el único objetivo de ser moderadamente felices (los excesos no son buenos, ni siquiera en este caso).

Ahora si tengo cosas que decir a otros padres en las reuniones del colegio. Ahora si podemos ir a cualquier sitio en cualquier parte sin que sea importante que nos miren “raro”.

Esta vivencia ha permitido que conozca a gente maravillosa, auténticos AMIGOS, estupendos PROFESIONALES, que nos han ayudado a encontrar aquella respuesta que no tenía.

Ahora sé que ni mi situación, ni mi familia, ni yo ni mi hijo somos únicos, sólo distintos a muchos e iguales a unos pocos.

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