Yo siempre fui una niña estudiosa, gordita y con gafas a la que le gustaba mucho leer. Como a todos los niños, me encantaban las historias mágicas de hadas, princesas, brujas y genios que cumplían deseos, destacando sobre todo el de la lámpara…
Durante la adolescencia seguí siendo gordita y también seguí con mi pasión por la lectura (que por otra parte, sigue presente en mi vida). Entonces me planteé en serio por primera vez qué tres deseos le pediría al genio de la lámpara si me lo encontrara (bueno, realmente ya lo había pensado de forma repetitiva durante mi infancia, pero entonces lo resolvía con un deseo único: Quiero que a partir de ahora se me conceda todo lo que desee. Con el tiempo recapacité y vi que pedir eso no era posible, que se trataba en cierta manera de hacer trampa): El primer deseo sería, por supuesto, acabar con la miseria y el sufrimiento en el mundo (quién no desearía eso…). Que no existiera la maldad, la pobreza, el dolor….. Como segundo deseo pediría poder comer siempre lo que quisiera sin engordar ni un solo gramo. Y el tercero era variable: inteligencia, un vestido nuevo, gustarle a ese chico que acababa de conocer…
El tiempo pasó y yo crecí. Dejé de ser una adolescente soñadora y atormentada, acabé el colegio, fui a la universidad y después me puse a trabajar en aquello en lo que había soñado. Como en una historia de príncipes y princesas, allí conocí al que ahora es mi marido, nos casamos y tuvimos dos hijos maravillosos. La vida me sonreía. Olvidé todas mis peticiones al genio de la lámpara, incluso me olvidé de su existencia. Hasta que el mayor, Migue, fue diagnosticado de autismo con dos años y medio. Poco recuerdo de esa época, más que tristeza, oscuridad, angustia ante lo desconocido y muchas cosas que hacer y resolver en poco tiempo. Si entonces me hubiera encontrado al genio, tan solo le habría pedido, no tres, sino tres mil millones de veces que curara/ me devolviera a mi hijo.
Han pasado más de cinco años, el tiempo lo ha calmado todo, he aprendido mucho y he vuelto a ser feliz. No digo que mi vida sea sencilla, no. Está llena de situaciones nuevas y no siempre fáciles que poco a poco aprendemos a resolver de la mejor manera posible. Lo que sí ha cambiado, y mucho, es mi actitud ante ella. Si hoy me encontrara al genio de la lámpara por uno de esos caprichos del destino, le pediría: En primer lugar (nobleza obliga, siguiendo con el primero de mis tres deseos iniciales) que si fuera posible, desapareciera el sufrimiento en el mundo: Sin embargo, aunque hoy puedo entender que el dolor, la maldad, la pobreza,… no van a dejar de existir, sí le pediría que se nos entreguen las herramientas necesarias y la capacidad de superación para a pesar de todo ello luchar y poder ser felices.
Como segundo deseo le pediría que los días en vez de 24 horas, duraran 26. Pero no para dormir o descansar más, no: Una hora al día extra para poder estar más tiempo con mis hijos sin agobios ni prisas, poder jugar con ellos y ayudarles con los deberes y con las dudas que la vida les plantea. Para poderles besar y abrazar hasta que se cansen. Y otra hora diaria para poder estudiar, recapacitar, aprender cosas nuevas, ejercitar la imaginación, escuchar a los amigos que lo necesiten, ver lo que les preocupa y compartir con ellos las experiencias diarias que a veces tanto nos asustan pero nos enriquecen…
Y por último, pero no menos importante: le pediría, no que ¿curara? a mi hijo. Migue es Migue con su autismo, no sería él sin esta forma peculiar de pasar por la vida. Le pediría poder estar con él a lo largo de su trayectoria hasta el final, que pueda ser autónomo (no le tengo que pedir que sea feliz porque ya lo es) y que pueda resolver los problemas y los acertijos que la vida le prepare, conmigo y con el resto de su familia y gente que le quiere a su lado.
Y tal vez el genio, viendo que soy buena persona me los conceda. Aunque al fin y al cabo hay que tener cuidado con lo que se le pide a un genio: no debe ser imposible de conseguir (¡los genios también tienen sus limitaciones!), pero tampoco debe ser algo que podamos realizar por nosotros mismos, sin ayuda pero con esfuerzo. A eso se le
llama vivir.