Hoy os presentamos el séptimo relato de la «VI edición de Cuéntame el Autismo» que nos envía Mª Ángeles Garrosa San Juan, desde Guadarrama (Madrid)

 

Se aproxima el momento programado para ponerse el bañador, y según se acerca ese fatal
momento que te arranca de tu apasionada y obstinada tarea, te vas poniendo más inquieto y
te gustaría parar el tiempo. Lo sé, no quieres dejar de copiar las atractivas palabras del libro, y
comienzas a escribir a cada segundo que pasa más deprisa en el deseo de copiar muchas más
palabras. ¡Hay tantos libros, y tanto que copiar! Pero tienes que escuchar la maldita frase “ya
es hora de ponerse el bañador” Lo sé, no te gusta, pero tengo que intentar como cada día de
tus 19 años, que consigas superar los retos que mi dirección te impone, y ahora en este
momento es la hora de dejar de escribir. Primer reto superado.
Te impongo salir al exterior, para que te acaricie el aire y te salude el sol. Para que tus oídos
experimenten el ruido, a veces, ya lo sé, atronador. Para que veas los colores de la vida en
movimiento, aunque a veces, bailen una danza de terror.
Te impongo salir al exterior, porque dentro de esta maraña de sensaciones que encuentras
fuera de tu habitación, también hay huecos agradables que constituyen oportunidades de
inclusión y relación. Sé que cuando las encuentras disfrutas, y a menudo, dibujan la sonrisa en
tu mente y me lo cuenta tu cuerpo con aleteos alegres en tus manos que parecen reír a
carcajada. Por eso, te impongo salir para encontrarlos, y esto, ya lo sé hijo mío, es tu gran reto
y el mío.
Es el momento de enfrentamos primero a perder el confort del viejo pantalón, y gritamos…
¡vaya si gritamos! ¿Cómo no? Tenemos que cambiar al tejido más rígido y áspero del bañador,
y te aseguro hijo que te comprendo, y yo también grito en mi interior, porque podrían hacerlos
de algodón pero al estilo de tu mismo pantalón. Lo intentamos varias veces, lo ponemos y
rápidamente lo quitamos, siento tu respiración agitada y la contracción de cada poro de tu piel
como si de zarzas se tratara. Pero no nos rendimos y al final… siempre, siempre ganamos los
dos. Segundo reto superado.
Ahora viene lo pre-peor (palabra inventada), “salir de tu habitación, salir de casa”. Es por eso
que utilizo uno de mis viejos trucos, a veces funciona y a veces no. Cojo la radio de mano
simulando desde el fondo de la escalera no encontrar tu emisora favorita, es entonces cuando
bajas rápidamente a socorrerme, ¡Qué buen corazón! Y mientras me socorres avanzo mis
pasos conduciendo los tuyos en un engaño hacia la puerta de salida, ¡Estamos fuera! Se queda
el ordenador encendido, la radio de tu habitación y la tele del salón, quizá la puerta abierta…
pero no puedo volver mis pasos, porque se descubriría mi treta y, realmente qué me importa
si estamos fuera. Reto conseguido, aunque haya recurrido al engaño y al abuso de tu bondad.
Ahora sí, pisamos el asfalto y olemos el campo, el aire acaricia tu piel y el sol sonríe y te saluda.
Tú correspondes con él, saludando contento a todas las personas que a nuestro paso
encontramos, aunque algunas nos miran raro… tú bailas de alegría con tus manos, y a mí, ¡me
encanta! Porque te complace haber encontrado uno de esos huecos agradables que se
esconden fuera de tu habitación, reconfortando a la vez, la imposición de mi dirección.
Llegamos al recinto y apagamos la radio siempre cuando comienza la próxima canción. Como
si de un ritual se tratara, quitamos las chanclas primero y después la camiseta y el reloj. Y
entonces, es entonces cuando comienza lo peor y lo mejor.
Nos acercamos a la escalera y de pronto se abalanza sobre ti la maraña de colores que bailan la
terrible danza de las mil caras; risas, gritos, y las voces de los niños que juegan en el agua
parecen llevar altavoz desafinado. El sol deslumbra en el agua y la convierte en un océano de
cristales rotos donde se pierde tu mirada. Mamá te anima a que te metas en ese abismo. ¡Esto
es de locos! Claro que sí mi amor, te entiendo. Tus manos se agarran fuertemente al asidero
de la escalera, y tus piernas parecen temblar mientras intentas aferrarte al suelo doblando las
articulaciones de los dedos de tus pies a modo de gancho, y el resto de tu cuerpo permanece
rígido… con la mente perdida en ese precipicio.
¡Adelante! Baja un escalón, mira que ya bajé yo. Y pido por favor a los que se acercan un
poquito de espacio, tiempo y comprensión. Subo de nuevo, si intento coger tu mano… tus pies
retroceden. Entonces me siento a tu lado, y te hablo de las palabras que copias de los libros,
consigo que tu atención salga del abismo y te animo a bajar solo un escalón. ¡Conseguido!,
solo faltan cuatro.
Vuelvo a bajar al agua, y te muestro el segundo escalón mientras continúo hablando sobre tus
apreciadas palabras para que no levantes tu mirada y la pierdas en el océano de cristales
rotos. A veces funciona, a veces no. Y vuelvo a subir, y vuelvo a bajar, y vuelvo a subir cuantas
veces haga falta. Permaneces estático, indeciso, tembloroso en el primer peldaño. Te invito a
salir y volver a la toalla… desistir. Comienzo a sentir en mi cuerpo tu pánico, y me duele, se
asoma en mi ánimo el dejar de intentarlo. Pero me respondes con firmeza que quieres entrar
mientras bajas el segundo peldaño. Y yo…me avergüenzo de mi abandono, a la vez que, me
enorgullezco de tu valentía subestimada.
Los cristales rotos te rozan el tobillo cortando tu respiración, tus mejillas palidecen y en tus
ojos surge el desasosiego, asoma el vértigo y necesitas tu tiempo para acomodarte a la nueva
sensación. “Está fresquita” te susurro para aliviar tensión. Repites varias veces: “no pasa
nada” y yo, repito también contigo, y a cada palabra que pronuncias y yo repito, se afloja un
poco más la musculatura, se abren relajados los dedos de tus pies y se van deslizando tus
manos. Después de un tiempo se dibuja la sonrisa en tu cara porque el océano de cristales
rotos se convierte en agua clara ¡Lo vamos a conseguir!
Ya, más dispuesto desciendes al tercer peldaño, en el peor de los casos se repite la misma
acción o me sorprendes bajando seguido el cuarto y el quinto escalón. ¡CONSEGUIDO!
¡Empieza lo bueno!
Te zambulles triunfal y hasta el público te aplaude vitoreando tu nombre, y te ríes, ¡vaya si te
ríes! Levantas tus brazos alegres y comienzas a nadar de aquí para allá con papá, con mamá y
buscas en tu nado a la gente para compartir tu alegría, y ríen y disfrutan contigo contagiados. Y
te besamos, y te abrazamos, y a ti… te encanta. Y comienzas a preguntar a los niños cómo se
llaman, y a saludar al anciano que anda en el agua despacio. El océano de cristales rotos se
convierte en espacio agradable, divertido e inclusivo que ha merecido la pena retar para
encontrarlo.
¡Cuántos desafíos caben en un momento del día!, ¡Cuánto esfuerzo, cuánta valentía!

Mª Ángeles Garrosa San Juan

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