– Lo he intentado todo, mamá, todo, y no quiere!-. -Ya no sé qué hacer. Ni siquiera me mira… -.

Con estas palabras de desconsuelo le lloraba a mi madre aquel verano de 1998, impotente porque Rafa no quería jugar contigo. Prometo que lo intenté todo, una vez, dos, tres, las que hicieran falta. Día tras día, pero sin éxito alguno.

Rafa tenía que ser mi compañero perfecto: era mi hermano, y además mi hermano pequeño. Todas mis amigas jugaban la mar de contentas con sus hermanos, correteando por las empinadas calles del pueblo de nuestros abuelos, y yo ni siquiera conseguía acercar a Rafa al quicio de la puerta para que viera lo bonita que estaba la plaza, repleta de banderas y flores que anunciaban el comienzo de las fiestas de agosto. Ni mi insistente conversación llamaba lo más mínimo su atención, ni tampoco nuestros nuevos muñecos de ojos luminosos que nos había regalado nuestra tía hacía unos días por tu cumpleaños.

Ya tenía 8. 8 años, no muñecos. Muñecos tenía más. Estuve haciendo una pequeña gran colección aprovechando que Rafa no quería –o, al menos, eso pensaba yo- los que nos regalaban a los dos para que no nos peleáramos. Bueno, en realidad era para que yo no me pusiera más celosa de lo que ya estaba porque toda la atención de mis padres era siempre para Rafa. Y eso me dolía. No lo comprendía. Cuando nos regalaban alguno de esos muñecos, que yo ya veía dentro de mi colección, siempre aprovechaba para dejar caer que a Rafa sólo le gustaban los que tenían los ojos grises, como él. Eran los más solicitados, yo sólo había visto uno en el escaparate de la farmacia donde mi madre me llevaba a comprar no sé qué jarabe para que Rafa pudiera dormir por las noches. Que sí, que a mí me lo había dicho al oído, aunque nadie le hubiera escuchado nunca decir palabra alguna. Y como por casualidad, su muñeco, este sí, de ojos grises, y el mío, aparecían juntos y sonrientes mi estantería de florecitas.

-¿Quieres que juguemos a hacerles una casita, que cada estante sea una habitación?.  Me pido el salón y la cocina. ¿Y tú? Venga, para ti el jardín y el garaje, que así puedes poner el coche azul que te trajeron los Reyes Magos. ¿Qué divertido, verdad?

Ese día tampoco tuve respuesta tuya. Pensé que con este último muñeco sería diferente. Era especial, único, de ojos grises, como tú. Tus ojos son diferentes a todos los demás. Pareciera que en ellos se hubiera detenido el tiempo, su iris mantiene el color que tienen los recién nacidos, un misterio, tu misterio. Y después de todos aquellos años, tu incógnita seguía sin ser desvelada.

La alegría de todos al ver por primera vez esos ojos en tu cara preciosa se había vuelto, primero desconcierto, luego llanto, mucho llanto, y después tristeza, frustración e impotencia, al ver que, con el paso de los meses, y de los veranos, ni siquiera éramos capaces de conseguir que nos prestaras, al menos, por unos instantes, un poco de esa mirada por entonces cautiva.

Qué envidia, no necesitas hablar. Mamá y papá están todo el día pendiente de ti, y de una manera u otra, siempre saben lo que quieres. Por eso no hablas- le dije al salir de casa el día que comenzábamos un nuevo curso. Pero, por qué yo no era capaz de adivinar qué es lo que pensaba Rafa y sobre todo, por qué no conseguía que jugara conmigo, ni siquiera me dejaba compartir el reflejo único de la luz en sus ojos.

Su mirada, tan cara siempre, a veces me cohibía. Me hacía sentir como una charlatana de feria frente a un caballero refinado al que le intentaba vender el elixir de la eterna juventud que evidentemente rechazaba con un gesto propio de los sabios, sólo con una mirada, para continuar su camino, mientras yo me quedaba fría y con ganas de beber ese elixir que solía preparar con un poco de limón y azúcar.

-Este año va a ser diferente, tengo que conseguir que Rafa juegue conmigo y enseñarle a montar en bicicleta para que en las próximas vacaciones nos dejes salir a dar un paseo juntos- le dije a mi madre al bajar del coche para entrar en el colegio, ilusionada con mi nueva mochila y los cuadernos que habíamos comprado en esa tienda llena de mil cachivaches y de la que Rafa siempre salía con una pelota nueva, pequeña, de un color diferente, siempre diferente.

Esa misma tarde, después de la primera reunión con el nuevo jefe de estudios de nuestro colegio, mis padres me explicaron qué es lo que le pasaba y le pasa a Rafa. Tiene autismo.

Mi madre no pudo contener las lágrimas al ver mi cara ante la noticia y comprender que no eran caprichos de Rafa aquellas reacciones suyas que me enfadaban en muchas ocasiones, que no me ignoraba, y que siempre antes de dormir, le daba un beso a aquella preciosa foto que teníamos cada uno colocada en nuestras mesillas.

Me di cuenta de lo injusta que había sido contigo. Muchas veces estuve rabiosa deseando replicar tus silencios, sin saber que la vida, sin permiso, sin explicación, por azar, te había dado la ficha más difícil en nuestra ruleta de dos. Y a mí, en cambio, me había dado la oportunidad de crecer y aprender de la persona con más fortaleza, mérito y valor que nunca que conocido, hermano del alma.

Ahora sí, este juego sí lo vamos a compartir, tú y yo, y todo aquél que quiera unirse a nuestra meta. Porque esta carrera la vamos a hacer juntos, para así llegar más lejos aunque tardemos un poco más.

Porque nosotros corremos a relevos, nos complementamos en la carrera, y tú, Rafa, al pasarme tu testigo haces que yo pueda dar testimonio de él, siempre, por cualquier motivo o en cualquier momento, como es este pequeño relato de dos hermanos, sin más, distintos, sí, pero que han tenido la fortuna de comprender que hay algo único entre ellos, más allá de sus capacidades, sean las que sean, pocas o muchas, mejores o peores, algo que sí nos diferencia de todos los demás, ese algo que si tras estas líneas no alcanzáis a ver, deberéis buscarlo, quizás con otros ojos o en otro lugar distinto al que lo habéis buscado hasta ahora. Y lo encontraréis, os lo aseguramos.

Epílogo: Rafa y yo encontramos en las carreras de relevos el mejor modo de disfrutar juntos, de entendernos y comprender que podíamos hacer grandes cosas juntos. No especializamos en la modalidad 4X100 junto con otros dos corredores con discapacidad intelectual, un equipo en el que yo tengo el papel de guía. Hemos sido seleccionados para competir en el próxima cita europea de atletismo y deporte adaptado tras haber ganado la medalla de oro en las finales del Campeonato nacional.

La confianza, el esfuerzo y la búsqueda de la felicidad nos han guiado a Rafa y a mí en todo momento. Estos valores me han permitido devolverle algo de lo infinito que él me ha dado a mí.

Gracias Rafa. Por todo. Por ti.


 

Azul Cielo

VIII Cuéntame el Autismo 

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