Aquí comienza la historia,
cuando el Edén era vuestro
y tu especie, en aquel tiempo,
carecía de memoria.
En los árboles dormías,
sobre los lechos de ramas
que con tus manos tejías;
la tierra os alimentaba
sin trabajo cada día.
Transcurrieron los eones,
polvo remoto de estrellas,
y os hicisteis cazadores,
descifradores de huellas.
Llegó el día en que vosotros,
flacos primos del bonobo,
compartisteis un venado
con un pariente del lobo.
Desde entonces hasta ahora,
fiel como el rey de los astros,
mi estirpe entera ha seguido
leal, siempre a vuestro lado.
Civilizaciones vuestras
cayeron una tras otra,
con su gloria y con su pena,
como las crestas de ola
después de tocar la arena.
Los míos, a vuestros pies,
eternamente esperando
de vuestra comida parte,
caricias de vuestra mano.
Llegó el siglo de la magia,
donde vosotros, humanos,
creéis manejarlo todo
a una pantalla pegados,
alejados de la tierra,
de otros seres, olvidados…
Pero retomo mi historia,
sin digresión del relato:
Hace poco llegué YO
y casi a la vez MI AMO.
Él no habla, pero entiende
los roces de la ternura,
y en sus ojos, vivos siempre,
hago yo clara lectura
de lo que desea y siente.
Leer y escribir no sabe,
pero mi amo comprende
la alegría de mi cola
y mi risa cuando él viene.
No juega si no es conmigo,
corro y salto cuando quiere,
se sosiega con mi pelo
y me duermo cuando duerme.
De mí dicen que soy chucho,
de mi amo, que es un crío.
Llevo en mi frente su nombre,
en su pecho él lleva el mío.
Para amistad, ved la nuestra;
es de amor, más bien, que os hablo.
Mi nombre no importa mucho.
El nombre de mi amo es Pablo.

 

Ángeles Rueda

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