Actualmente no se conocen con certeza las causas del TEA, pero sí se sabe que existe una fuerte implicación genética. Por esta razón surgieron las teorías explicativas. Se destacan tres teorías dominantes que tratan de explicar la sintomatología del trastorno.
Se ha intentado establecer un único déficit cognitivo sin éxito, ya que no existe una homogeneidad clínica ni neurobiológica claramente identificada en los TEA; pero sí se ha podido demostrar, mediante estudios de heredabilidad, de ligamento y de asociación, la existencia de una fuerte carga genética. Por esta razón, para poder dar una explicación a las manifestaciones conductuales y sus correlatos neurológicos han surgido, a lo largo de los años, diferentes teorías neuropsicológicas. Desde los años noventa, se pueden destacar tres teorías explicativas dominantes:
La Teoría de la mente (Baron-Cohen, Leslie y Frith, 1985):
Hace referencia a la habilidad que tenemos las personas para inferir en los estados mentales de uno mismo y de los demás. Esta habilidad nos permite anticipar y comprender el comportamiento, tan importante para la adaptación social.
Las personas con autismo tienen dificultades para atribuir estos estados mentales (deseos, creencias, pensamientos, emociones, ideas, intenciones, etc.) tanto en ellos mismos como en las otras personas. Además, les cuesta determinar si estos estados metales son veraces o no. Lo que explicaría las dificultades observadas en contextos de interacción y comunicación social. Un ejemplo de esto sería saber en qué momento un comentario o chiste puede estar fuera de lugar o molestando a nuestro interlocutor; entender las segundas intenciones dentro de una oración; o el hecho de poder determinar si lo que nos están contando es verdadero o falso.
La Teoría de la coherencia central débil (Frith y Happè, 1994):
El estilo cognitivo de la mayoría de las personas tiende a captar la información de forma global o total procesando la atención “como un todo”. Es decir, vemos el bosque antes de ver los árboles que lo componen.
En el caso de las personas con autismo se observa una tendencia clara a focalizar la atención en elementos individuales y locales más que en lo global. De este modo se encuentran con dificultades para integrar la información de forma contextualizada y así, poder generalizarla; ya que se fijan en los detalles más concretos o fragmentos aislados, lo que da lugar a interpretaciones erróneas. Podría darse el caso de que se acuerden de fragmentos muy precisos de una conversación o presten atención a objetos concretos, dando lugar a destrezas muy destacables en torno a ese foco atencional o por el contrario a déficit de carácter social.
La Teoría de disfunción ejecutiva (Ozonoff, Pennington y Rogers, 1991):
Se refiere a la capacidad que posee el ser humano para diseñar estrategias adecuadas para la resolución de problemas para la consecución de una meta futura. Las funciones ejecutivas están mediadas por los lóbulos frontales.
Las personas con autismo tienen dificultades para la planificación y la ejecución de acciones complejas debido a un déficit en las funciones ejecutivas; tales como: el control de impulsos, la inhibición de respuestas irrelevantes, la creatividad y la capacidad de generar nuevas ideas, la flexibilidad, la toma de decisiones y el mantenimiento del foco atencional. Esto explicaría los comportamientos de rigidez e inflexibilidad tan característicos del TEA o las dificultades para la secuenciación de las tareas, entre otros.
Para saber más…
- Calleja-Pérez B., Fernández- Perrone A.L., Fernández-Mayoralas D. M., Jiménez de Domingo A, Tirado P., López- Arribas S., Suárez-Guinea, R. y Fernández- Jaén A. (2020). Estudios genéticos y neurodesarrollo. De la utilidad al modelo genético. Medicina, 80, (Supl. II), 26-30.
- Martos, J. y Llorente, M. (2018). El niño al que se le olvidó cómo mirar. Comprender y afrontar el autismo. Madrid, España. La esfera de los libros.