Fuente: Asociación Pauta
“Recuerdo que un día, cuando Pablo era pequeño, me desperté soñando que le afeitaba. Me desperté como si eso fuera la peor pesadilla, sudando, llorando, fue un horror”. Habla Carmen Gil, madre de un joven de 25 años con autismo que vio cómo su vida cambiaba radicalmente a los dos años de nacer éste, momento en el que le diagnosticaban el trastorno.
Ha pasado el tiempo desde aquel sueño y la pesadilla de Carmen se ha hecho realidad. Sin embargo, la manera en que la ha afrontado nada ha tenido que ver con el temor que le abordaba. “Cuando te dan el diagnóstico es algo que llega como un jarro de agua fría. Sin embargo, el hecho de verle crecer es un día a día. Pablo no ha pasado de los cuatro a los 25 años de repente. Vas acompasando tu paso al de él”, reconoce en una conversación telefónica con lainformacion.com.
El autismo es un trastorno que hoy se repite en once de cada mil niños y que se caracteriza por dificultar la interacción social y la comunicación en los que lo padecen. Sin embargo, en los años 80 y 90 era un síndrome infradiagnosticado por lo que es difícil establecer una estadística en torno al número de adultos con autismo.
De hecho, Carmen es una de las muchas madres que tuvo que peregrinar de consulta en consulta hasta descubrir qué le sucedía a su hijo. «Nadie sabía responderme. Unos decían que no le pasaba nada, otros que era un trauma del hospital o que estaba muy mimado, también tuve que escuchar que tenía psicosis infantil», recuerda la madre. «Por fin un médico nos explicó que era autismo. En ese momento se te desmorona la vida, no tienes mucha idea de qué es eso, lo cual todavía es peor porque la ignorancia siempre es mala. Te das cuenta, eso sí, de que lo que tú habías pensado que iba a ser una vida con tu hijo ya no va a ser así”.
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