La definición del autismo más aceptada y utilizada a nivel internacional es la de trastorno del desarrollo. Esta es una definición correcta, precisa y acertada, pero… ¿Este trastorno conlleva directamente una discapacidad?

Como venimos diciendo a lo largo de estos artículos, el autismo se desarrolla y condiciona de manera diferente a cada individuo, de ahí que se hable de espectro del autismo, dentro del cual se encuentran personas con grados severos y personas con grados más leves de autismo.

Partiendo de esta base, la respuesta a la pregunta que hoy nos planteamos “¿Es el autismo una discapacidad?” La respuesta es no para todos los casos, aunque sí para la mayoría.

Para determinar el grado de discapacidad de cada persona, sabiendo que ésta puede ser intelectual o física -puesto que la discapacidad social aún no se reconoce a nivel oficial en muchos lugares-, es necesario llevar a cabo una valoración específica que analice las necesidades educativas, sanitarias, sociales, laborales, de autonomía personal, etc., tanto de la persona en concreto como de su entorno. Por supuesto, esta valoración debe tener un seguimiento periódico que considere el agravamiento o la mejora de la persona, de modo que este grado se vaya adaptando a lo largo del tiempo.

Por otro lado, el papel de las administraciones públicas también es necesario tenerlo en cuenta pues, desde ellas, es desde donde a nivel “oficial” se admite la presencia o no de una discapacidad de cara a que la persona, y/o su familia, reciban las correspondientes prestaciones económicas y/o los servicios de apoyo que se requieran en cada caso.

No obstante, e independientemente de que a la persona con TEA le sea reconocida o no la discapacidad -pongámonos por ejemplo en la situación de una persona con Autismo de Alto Funcionamiento a quien, en la práctica, no se le ha reconocido este grado ya que, en teoría, puede ser totalmente autónoma aunque evidentemente, puede presentar también complejas dificultades en diversos niveles prácticos-, lo fundamental es trabajar la autonomía personal, y esto se debe hacer desde la edad más temprana posible ya que el objetivo siempre y en todos los casos es alcanzar la máxima autosuficiencia de la persona, su máxima funcionalidad, calidad de vida, dignidad, inclusión y, por supuesto, su máxima felicidad.

De aquí nos surge una segunda pregunta¿Cómo trabajar la autonomía?

La respuesta es a través de una intervención global y establecida en función de las características individuales de cada persona, en la que intervengan profesionales de todas las áreas que se requieran: psicoterapeutas, logopedas, terapeutas ocupacionales, maestros, neurólogos, psicólogos, etc. Sin olvidar el papel de la familia, a quienes recomendamos siempre seguir las pautas que estos profesionales les deben proporcionar.

Finalmente, quiero resaltar que detrás de cada “etiqueta diagnóstica”, de la palabra “trastorno”, de la palabra “autismo” o de la palabra “discapacidad” hay siempre una persona y una familia con sus características, historias de vida y circunstancias individuales, y son ellos quienes son los realmente importantes. Esto no se nos debe olvidar.

Laura Hijosa Torices
Psicóloga
Federación Autismo Madrid

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