OJOS VIOLETAS

Autora: Raquel Braojos Martín

Te veo ahí, acurrucada entre las sábanas baratas que por tu expresión plácida podrían ser de terciopelo. Y te giras con un ligero ronroneo. Duermes tan profundamente que ni siquiera percibes que estoy despierto. Pero claro, eso es normal con todo tu ajetreo.

Sé que eres una todoterreno. Pasas la mitad del día dando vueltas en el colegio y en la asociación de discapacitados. Siempre correteando de arriba a abajo, como si quisieras tenerlo todo controlado.

De hecho, pocas veces desconectas del ruido que te rodea. Pero cuando lo haces miras al vacío y contienes un suspiro. En esos momentos me pregunto por qué dejo de ser tu epicentro, o qué hilos se enredan en el mundo de tus ideas.

En el colegio pareces estar fuera de lugar. Normalmente te veo deslumbrar entre todas esas sombras que siempre tendrán una vida diferente a la nuestra. Aún así te esfuerzas en estar, en fingir normalidad.

Después del colegio vamos al parque. Los dos corremos y nos tiramos por toboganes, da igual que seas mayor para ello. El columpio se tambalea con un vaivén y tú sonríes una y otra vez. Luego llegamos a casa y pones la misma serie. ¡Siempre igual! No sé cuantas veces la habré visto ya. Te aseguro que puedo decirte los diálogos calcados. Es un alivio cuando llegan las cinco, mi turno del mando. Ambos somos especialistas en fijar horarios.

Después hacemos puzles a las siete y treinta. Y cuando no encuentras las piezas haces ese movimiento de inquietud con las piernas.

Lo sé. Hoy me he despertado muy extraño. Y sé que tú también lo notarías aunque ni yo mismo sé explicarlo ¿Te imaginas despertar con los ojos de otro color? ¿Con la voz de un extraño? Supongo que es como cuando se te duerme una pierna o un brazo. Está ahí, sabes que está, pero es como si no estuviera. Sí, creo que hoy me siento de esa manera.

Y luego tus miedos irracionales. ¡Ay mamá! Te pasas media vida preguntándote por qué tengo miedo al péndulo del reloj del salón, pero nunca cuestionas tu pánico a las arañas. Para ti es extraño temer al chirriante y molesto péndulo que nos quita poco a poco el tiempo, pero no a un bicho más pequeño que un dedo.

De verdad, eres especial. Estoy cansado de ver la misma telenovela una y otra vez, maldigo el día en el que la compraste en DVD. Pero claro, luego yo soy el raro por querer ver One Piece a cada rato, yo soy el maniático, el repetitivo. Pero tú no, tú puedes ver Corazón Salvaje ochenta veces en una semana, que no pasa nada.

Mamá, a veces pienso que jamás podré comprenderte. Todo en ti es un misterio absoluto y envolvente. ¿Y para qué te voy a despertar? ¿Para qué darte esperanzas si seguramente vuelva a ser yo mañana? A lo mejor solo sueño que no soy del todo yo, de la misma manera que uno sueña que es Superman y vuela. O a lo mejor este yo un pelín menos autista nace de tu cabeza. Quién sabe, siempre tuviste mucha imaginación y normalmente tus sueños van sobre perderme, este, al menos, no es tan deprimente.

Aumentas tu respiración y entierras tus mejillas en la almohada.

Quizá te despierte. Así confesaré que me encantan tus pasteles, como trazas las vocales de mi nombre, el sonido del eco cuando responde, jugar con mi hermana, los paseos por la acera derecha, fingir que yo controlo la cometa, el coche teledirigido y los anuncios de televisión coloridos.

Me gustaría explicarte que mi estereotipia me relaja tanto como a papá su cigarro. Te afirmaría que los ojos no son siempre las puertas del alma y que por eso a veces evito traspasarlas. Que todo es más bonito si estás conmigo. Y que no siempre sonrío porque el mundo es un lugar lúgubre y frío, con todos esos niños desnutridos; o esas guerras por papelitos cuyo valor no comprendo y que llaman dinero.

Sé que soy afortunado por tenerte a ti, por rodearme de las cosas que me gustan, de los abrazos de papá y de tu caricia al despertar.

A veces me gustaría pedirte que no te obsesiones. Sé que las terapias me van muy bien, pero no te ofendas si no llego a los resultados que esperas. Por más lentillas que me pongas jamás tendré los ojos violetas.

Y siempre seré autista, mamá. No te preocupes porque yo no tenga esos amigos que tú tienes pero nunca llamas. Alégrate  porque las únicas drogas que pueden entrar en casa las venden en la farmacia. Piensa que jamás seré un delincuente juvenil, y que siempre serás el centro de mi existencia. Nunca te dejaré de hablar, nunca me enfadaré mucho tiempo contigo. Siempre tendremos nuestra casa encantada, siempre recordaré como me ayudabas con los dibujos de la pizarra.

Me encanta como eres, mamá, a pesar de tus defectos y tus manías, de que no sepas leer una factura sin mi hermana, o que en cálculo yo siempre sea el más rápido. Incluso me hablas cuando estoy vago. Yo no respondo pero tú sigues hablando y eso me hace pensar que eres todavía más especial y loca. De una locura alegre y contagiosa, la que tienen las personas que brillan en la vida.

Todos somos peculiares en este mundo, mamá. Todos somos raros a los ojos de un extraño. Intentar comprenderme debe ser, por lo menos, tan difícil como comprenderte a ti. Y yo por ahora estoy fracasando. Ni si quiera sé porque te muerdes las uñas de las manos. Así que, dejémoslo ahora. Abandona tus rayos X, tus libros pulcramente ordenados y todo lo que has oído sobre niños que son como tu hijo. No hay nadie como tu hijo. Ni hay nadie como tú.

Entonces… ¿Qué tal si disfrutamos de cada momento creado? ¿De los instantes buenos y malos? ¿De darle al play y seguir jugando?

¿Qué tal si te despierto para intentarlo?

Fotografía de Ivan Cuellar Arnaiz

Dedicado a mi hermano. Y a todas las madres por ser especiales.

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