SOR CONSUELO EN LA CASA ASPERGER. 

Autor: Manuel del Pino.

En cuanto abrieron en Sevilla la nueva Casa Asperger, para ayudar a los afectados por este síndrome y sus familiares, Sor Consuelo se presentó voluntaria.

Sor Consuelo ya participaba en varias tareas de voluntariado en su pueblo, Albera, sin contar con su intensa labor en el convento de las Teresianas, que incluía una pequeña escuela concertada para niñas de primaria en el enorme edificio.

Como maestra, Sor Consuelo tenía debilidad por Silvia, una niña de once años que estaba en sexto de primaria y mostraba ciertas características especiales.

Silvia era una chica guapa, con una figurita perfecta, tez muy blanca, ojos claros y cabello rubio y rizado por los hombros. En su aspecto no se le notaba nada raro, pero le costaba mucho relacionarse con las demás niñas. Casi siempre se sentaba sola y callada, delante o al final de la clase. Entraba la última y salía la primera, en cuanto sonaba el timbre. Si le preguntaban, se ponía nerviosa, no miraba a los ojos y tartamudeaba.

Sin embargo, Silvia no era una chica torpe. Al contrario, se le daban bastante bien la historia, la geografía y la literatura, además de ser una estupenda jugadora de ajedrez.

Pero Silvia no participaba en los juegos colectivos, y las otras niñas, molestas, le daban de lado y se burlaban de ella. Eso fue como una bola de nieve, ya que sólo provocaba que Silvia se retrajera aún más y sus compañeras llegaran a ensañarse con ella.

Una mañana la encerraron en los servicios, le quitaron la ropa y le arrojaron por los muretes toda clase de objetos y sustancias repulsivas.

Fue la gota que colmó el vaso. Sor Consuelo ya tenía la certeza de que Silvia sufría algo más que timidez y había que hacer algo. Llamó a los padres y trazaron un buen plan para ayudar a la niña. Sor Consuelo les habló de la nueva Casa Asperger que habían abierto en Sevilla y los padres, muy preocupados, estuvieron de acuerdo en la solución.

Llevaron a Silvia al centro de Sevilla, donde pudo seguir una atención especializada y rendir más en sus estudios sin que nadie la molestase. Sor Consuelo se ofreció de voluntaria, así que iba tres tardes por semana para asistir a todos sus pacientes y a las familias. En especial a Silvia, a la que cogía de las manos y le contaba cosas para que estuviese alegre.

La Casa Asperger era bastante flexible, como corresponde a la atención de estos alumnos. Sin descuidar sus estudios, Silvia podía dedicar las horas complementarias a su pasión, el ajedrez, sin tener que asistir a clases de gimnasia o de música, tediosas para ella.

Con estos cambios, gracias a Sor Consuelo, en unos meses Silvia se convirtió en una buena estudiante, con aspecto saludable, un excelente nivel de ajedrez, e incluso le salió un noviete sevillano gracias a su belleza y bondad.

Y a Sor Consuelo se le ocurrió otra idea. El curso siguiente, Silvia cambió de etapa, al pasar a 1º de ESO. A Silvia le costaba adaptarse a los cambios, así que Sor Consuelo pensó incentivarla, apuntándola a algunos torneos de ajedrez, que a Silvia le encantaban.

En Navidad participó en un torneo de Sevilla, categoría junior, y Silvia quedó tercera. Toda una proeza, teniendo en cuenta que se presentaban muchos chicos aficionados de nivel.

Y para Semana Santa, Sor Consuelo organizó en su escuela de Albera un torneo de partidas simultáneas, donde Silvia jugaba contra otras doce alumnas. Fue una excelente idea, porque todos se divirtieron y Silvia perdió el miedo a su pasado: Les ganó a todas.

 

 

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