Víctor tenía poco más de tres años cuando comencé a observar que su lenguaje y su forma de relacionarse eran muy personales. Poco después, era el único niño de su clase de Infantil de cuatro y cinco años con la sensibilidad y la empatía suficiente como para estar pendiente y ayudar a sus compañeros Sergio y Alfonso. Sentía un cariño y una responsabilidad especial por Alfonso, del cuál decía que tiraba los libros, gritaba y se escapaba de clase. El día que fui a recogerle a su escuela infantil y vi cómo mi hijo fue capaz de entender, convencer, y llevar a su clase de vuelta a Alfonso tras una de sus crisis, casi me pongo a llorar. Las emociones se apoderaron de mí al verle tan pequeño pero tan grande al mismo tiempo. Ahí supe que mi hijo tenía una sensibilidad especial.

Con cinco años, y tras una evaluación, me dijeron que tenía altas capacidades. Con siete años, le diagnosticaron trastorno de espectro autista de alto funcionamiento. Y ahora con ocho años, no puedo evitar reírme cada vez que recordamos juntos cuando un día, cuando tenía seis años, volvió del colegio muy indignado porque ninguno de sus compañeros de clase conocía a Franco o a Hitler y sin embargo, todos sabían quién era Piqué y Shakira (salvo él). Este es el motivo principal por el que a Víctor, en ocasiones, le cuesta encajar con sus compañeros.

Es cierto que Víctor siempre ha tenido ese “algo” por el cual le invitan a todos los cumpleaños, cae muy bien a los demás, es un niño muy bueno, generoso y comprometido. Sin embargo, y aunque se separaron tras la etapa infantil, su mejor amigo sobre cualquier otro sigue siendo Diego, su “más mejor amigo” como él mismo decía.

Diego y Víctor se conocieron en la escuela infantil. A pesar de sus diferencias y a punto de cumplir nueve años, siguen siendo los mejores amigos. De hecho, de vez en cuando hacen videollamadas para charlar y verse, o se envían WhatsApp, especialmente durante el tiempo de la Pandemia del COVID. Como van a colegios diferentes en diferentes localidades, ahora ya no se pueden ver tanto, sin embargo, cada quedada se convierte en un intercambio de regalos o cartas para el otro, de abrazos de esos que no te dejan respirar de la pasión y emoción que desprenden, de juegos y secretos cómplices y sobre todo, se convierten en quedadas de esas que te enseñan que quien tiene un amigo, tiene un tesoro.

Recientemente, Diego se quedó a dormir en nuestra casa, pasaron el fin de semana juntos. Es gracioso observarles, no tienen nada que ver. Uno es un apasionado de los coches y las motos. El otro, un amante de la historia. Pero si hay algo en los que ambos coinciden, es en ser buenos niños y tolerantes con las diferencias de los demás. Cuando uno de los dos tiene una mala tarde o está enfadado, el otro acude a consolarle y animarle. Si alguna vez se han enfadado, al ratito vuelven los abrazos y las risas. Son los mejores amigos, y son generosos el uno con el otro. La paciencia, poco a poco, les va acompañando y enseñando. Han aprendido a ser paciente con el otro, a entender que cada uno tiene sus tiempos y sus intereses, por eso siempre alcanzan el consenso para jugar juntos mezclando y respetando sus gustos.

No recuerdo bien toda mi infancia, pero lo que sí soy capaz de recordar es que tener un “más mejor amigo”, es algo muy importante en la vida de todas las personas, con autismo y sin él. A lo largo de nuestras vidas vamos conociendo a muchas personas. Algunas de esas personas, pasan sin dejar huella en nuestra vida, con otras hacemos amistad aunque la vida nos acaba separando, de otras personas no querremos ni acordarnos… pero lo que todos tenemos claro, es que un “más mejor amigo” siempre estará ahí, porque, aunque pasen los años y la vida nos haya llevado por caminos diferentes, un “más mejor amigo” siempre nos va a comprender, a entender, a respetar y a aceptar tal y como somos. Ese “más mejor amigo” que todos llevamos en el corazón, aquél que cuando pensamos en él, siempre nos sale una sonrisa y nos embriaga la emoción al repasar las bonitas experiencias que pasamos juntos en los años más importantes de nuestra vida, la niñez.

Por todo ello, al pensar en la amistad de mi hijo con su “más mejor amigo”, solamente puedo confirmar que en la diferencia está la verdadera riqueza, y sus mejores aliados son la tolerancia y el respeto. Ojalá, cuando todos seamos muy viejecitos, podamos sonreír diciendo: “yo tuve un más mejor amigo”.

 

Noemí Pavo Mateos

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