He perdido la cuenta de los años que han pasado, pero el vínculo entre Carlos y yo, se inició desde tiempos en los que ninguno comprendíamos más allá de las vocales. Yo no veía nada diferente, él solo se interesaba por cosas de una manera mágnetica que hizo que nos uniéramos en algo: la música. Todo lo sonoro, lo melódico, sentir la música como pocos sentían… poder estar escuchando Claro de luna de Debussy de forma repetitiva, utilizar la música para poder ordenar el caos, tocar lo emocional. Carlos no me decía nada, sólo ruidos incomprensibles, sus palabras por aquel entonces eran nulas, pero cuando la música se ponía en nuestro camino, él era capaz de sentir esa conexión y aunque brevemente, su esbozo de sonrisa me lo confirmaba mientras sus pupilas me miraban fugazmente. Ahí comprendí en que eramos iguales, en que teníamos la misma pasión por algo. Años más tarde, de forma progresiva, fui entendiendo lo que suponía tener TEA, no era algo malo, sino algo que hacía a Carlos más especial entre todos los demás. Comprendí que los días malos existían, que su familia se volcaba mientras que él parecía no hacer caso. Esos días eran los que más me preocupaba, los días en los que Esperanza, su madre, me contaba por teléfono que Carlos tenía el día “piano piano”, queriendo decir que era un día donde la paciencia y el cariño era lo primordial y a la vez, utilizando algo tan suyo como era la música. Su padre, Ángel, también estaba ahí, al pie del cañón, con su ayuda, conseguimos hacer un libro (trabajaba en una fábrica de zapatos y consiguió un cuero de gran calidad con el que forramos las tapas del libro) donde apuntábamos todos los términos que aprendíamos junto a él y a los cuales íbamos “bautizando” con nomenclaturas musicales. También le pusimos titulo: “EMOCIONAL”, fruto de la suma de dos palabras que nos llevaron hasta ese momento (EMOCIÓN+MUSICAL). Él también las utilizaba, ayudándose con gestos, a explicarnos como se sentía en cada momento. Esos días me esmeraba más que nunca, sabía que a Carlos le apasionaba Debussy , y rápidamente le preparaba un disco grabado que llevaba a su casa para que sus padres pudiesen compartirlo con él. Carlos era arrítmico, pero la música le hacía sentir arropado, protegido, uno más con el mundo… y yo sabía eso, sabía que su tan querida música, le ayudaría en esos días menos buenos. Si él podría identificar la emoción en la música, aunque fuese incapaz de verbalizarla plenamente, encontraría en este medio un vehículo para expresar la emoción y tranquilizarse. Y con esta premisa, más tarde, Esperanza y yo, nos pusimos manos a la obra para que Carlos pudiese involucrarse en aquello que le apasionaba y que le hacía sentirse tan igual al mundo, fuimos acompañándole a conciertos, óperas, museos… Los días pasaban para nosotros y también para él. Todos sabíamos que necesitaba salir del “cascarón”, involucrarse dentro de sus capacidades y explorar sin la atenta mirada de sus familiares. Ese día iba a ser difícil pero lo apoyamos de tal manera que sintió por dentro que podría hacerlo. No se me olvidará el día que fuimos a su primera entrevista, con el ipod en mano y compartiendo auriculares. Carlos y yo fuimos todo el camino escuchando sus audiciones preferidas para poder llegar a esa tranquilidad que ambos necesitábamos, y sí, lo admito, no sé si estaba más nervioso él que yo. Recuerdo bien ese día en el que se nos presentó una oportunidad mágica para él. Una asociación brindaba una oportunidad de empleo para personas con TEA. Podría ser una oferta de empleo normal, pero no lo era. El trabajo estaba enfocado dentro de la Orquesta Sinfónica de Madrid. No iba a ser músico sino que se trataba de un trabajo basado en la organización de archivos, organizando las partituras entre otras tareas. Lo mejor de todo, era que iba a estar en contacto directo con algo que le apasionaba: poder escuchar ensayos de forma privilegiada, sentir esa magia, participar y sentirse parte de todo el grupo, de todas las personas, porque sí, él iba a ser una pequeña parte de un gran TODO. Al entrar al auditorio donde se producían los ensayos, lo miré. No atendía palabras, ni gestos, ni señales de nadie, su cara…no la podría expresar ni con todos los adjetivos del mundo. Ese era su lugar, yo lo sabía y él lo sabía también. Su sonrisa irradiaba felicidad igual que cuando de pequeños escuchábamos esas melodías que le servían para darse cuenta que sus sentimientos eran puros como los de cualquier persona. El tiempo fue pasando y nunca dejé de compartir esa pasión con él. Carlos consiguió ese trabajo por la pureza que manifestó y no pude emocionarme más. Yo proseguí mis estudios hasta llegar a convertirme en una musicoterapeuta famosa en la ciudad. Carlos hizo que siguiera por ese camino, aun sin decírmelo con palabras, comprendí todo lo que habíamos logrado juntos sin apenas hablar y eso hizo que siguiese en mi empeño de poder ayudar; ayudaría a otros, pero no fue ese el motivo, sino cómo él me ayudó a mí.

 

  • Título: «Emocional»
  • Autora: Jennifer García Luz

 

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