Quiero que todos conozcan su historia,
la de un chico que ha sido siempre feliz
porque alguien que ha estado a su lado
no ha dejado nunca de soñar.

Aprendió lentamente, ya nada olvida,
montar en bicicleta, ¡jugar al golf!,
ver películas en el ordenador.

A la hora de la cena en familia
escucha, sonríe, y su cara se ilumina
cuando su madre le pregunta, cariñosa,
cómo ha transcurrido el día,
y cuántos amigos nuevos han venido
a las tardes en el centro de ocio.

Fuerte como un roble, una gran sonrisa.
Para vivir esta infancia no hay prisa.

Tener autismo severo no ha impedido
vivir en casa, viajar en familia
(incluso ha estado en Disneylandia),
comer en restaurantes, ir al cine.
En verano a la playa, con sus primos,
y al campamento con los amigos.

Sus padres se han hecho mayores,
es ya hora de vivir por su cuenta.
Ya ha cumplido años, casi cuarenta.
Ha crecido en familia: una casa,
una cocina, una despensa, un baño.
Ir a un internado le haría daño.

Su madre desea, y cada deseo
lo hace realidad para su hijo
con la fuerza de un amor sin límites.

Hoy vive ya con todos sus amigos,
los mismos chicos de entonces,
en una casa con habitaciones
y sala de juegos con televisor.
Un jardín para cultivar las flores,
con la ayuda de los monitores.

Cada sábado visita a sus padres
pero se muestra impaciente por volver.
Ya se acaba la tarde del domingo,
es hora del regreso a su hogar.
Al llegar ríe alegre y abraza a sus amigos
sin volver la vista atrás.

 

Cecilia Flores

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